El miedo está presente en todos los seres humanos, como un mecanismo de defensa que nos insta a preservarnos y salvaguardarnos del peligro, de la incertidumbre y de las amenazas futuras; es uno de los instintos más primitivos y vitales del hombre; un instinto básico y fundamental para garantizar la supervivencia individual y/o colectiva (naciones). Y, sin embargo, es un instinto que no es socialmente aceptado ni deseado.
¿Por qué?
El miedo no se acepta porque es la principal fuente generadora de ansiedad en nuestras vidas. De hecho, el drama que es el vivir implica una constante lucha contra las adversidades y contra los imprevistos de las circunstancias; vivir es afrontar y superar problemas que nos dan miedo. Tenemos miedo a fracasar, a enfermar y morir, incluso tenemos miedo a hacer el ridículo o a aceptar responsabilidades. Pero el más grave y peligroso de todos los miedos es tener miedo a vivir.
El miedo a vivir
Las actuales sociedades occidentales han optado por negar el miedo en aras de vivir felices, para poder vivir despreocupadas y ajenas a las adversidades. No puede haber felicidad si, primero, no se destierra de nuestras vidas la ansiedad, y para combatir la ansiedad hay que hacer desaparecer el miedo de nuestras vidas.
La pedagogía social, ya desde las granjas-escuela, se ha encargado de criar ganado humano débil y temeroso a fuer de alejarle de sus instintos más primitivos, entre ellos el del miedo. Nuestros civilizados niños no tienen tolerancia al fracaso ni a la frustración; no saben superar miedos y temores porque se les ha educado a través de un sistema pedagógico obcecado en desterrar la ansiedad de las aulas. Para ello, las exigencias de rendimiento, trabajo y esfuerzo, se han minimizado, al tiempo que el aprobado se ha convertido en un dadivoso regalo caído del cielo.
Los padres, en general, también intentamos por todos los medios que nuestros hijos no afronten sus miedos. Dejamos que nuestros hijos duerman con las luces encendidas, o que busquen refugio en el lecho de los padres. Creemos que, alejando la oscuridad y el temor de sus vidas, serán más felices.
Hemos creado toda una serie de consignas y frases hechas destinadas a relajar y contentar a nuestros infantes: "lo importante no es ganar, sino participar", y para ello premiamos tanto a los mejores como a los peores, a los buenos y a los malos, porque nadie es más que nadie. Aprobado general, competiciones sin vencedores ni vencidos. Felicidad para todos.
Pero, paradójicamente, el hecho de no proporcionarles a nuestros niños herramientas para afrontar la ansiedad y tolerar la frustración, no les hará más felices, sino al contrario: con el tiempo, las carencias de recursos para afrontar y superar problemas, les convertirán en víctimas de cualquier circunstancia adversa; les convertirán en individuos sin ego y sin iniciativa propia; serán individuos miedosos e incapaces de valerse por sí mismos. Tendrán miedo a vivir.
Vivir sin temor al miedo
Decía Fernández de la Mora que el razonalismo era una alternativa filosófica que permitía canalizar los impulsos más irracionales del ser humano (sentimientos, caprichos, instintos...) a través de la razón; una razón necesaria para hallar la verdad, ya fuere sobre el sentido del ser o sobre los criterios morales que deberían reconocerse como universalmente buenos.
Así pues, desde una perspectiva integradora de inteligencia y sentimientos, Fernández de la Mora, como hiciera Zubiri con su inteligencia sentiente, o Zambrano con su inteligencia poética, también consideró la presencia de los instintos en el ex-sistere de los seres humanos. Pero De la Mora no defendió una negación de los instintos (puro racionalismo) ni los reivindicó apasionadamente como hicieran Zambrano o Unamuno, más irracionales, sino que propuso canalizarlos y servirse de ellos, a través de la razón, para utilizarlos en provecho de nuestra propia supervivencia.
Desde dicha perspectiva razonalista, se acepta que el miedo debe ser nuestro aliado para permitirnos superar circunstancias adversas, pues en esto, precisamente, consiste el constante quehacer que es la vida. El miedo debe instarnos a pensar, primero, para actuar después de la manera más adecuada para salvaguardar nuestros proyectos de vida personales o colectivos.
Obsérvese que el razonalismo, en tanto reconoce la necesidad de usar la razón (inteligencia) para superar adversidades, se aleja del darwinismo más irracional e instintivo, al tiempo que acepta como bueno (necesidad vital) vivir sin temor al miedo, es decir, no hay que negar u ocultar el miedo, sino afrontarlo y superarlo. Y es que, sencillamente, el individuo o sociedad que deja de temer, en aras de ser inconscientemente feliz, está caminando hacia su autoinmolación.
El hacedor de lluvia
Este pequeño relato de Hermann Hesse se me antoja el paradigma de quienes, obcecados en la búsqueda de la felicidad, se empeñan en desterrar el miedo de sus vidas.
Cierta noche, una misteriosa lluvia de estrellas aterrorizó a las gentes de un pequeño poblado primitivo; el inusual fenómeno metereológico fue considerado como una señal de desgracias futuras, y hombres y mujeres, invadidos por el miedo, se sumieron en una suerte de histeria colectiva.
Pero el chamán de la tribu, el hacedor de lluvia, deseó salvaguardar a su hijo del miedo colectivo que provocó la infelicidad del resto del poblado:
"...le había ocultado la lluvia de estrellas (a su hijo) confiando en que mejor le sería dormir que presenciar aquel prodigio... un peligro vital para todos, un presagio funesto para el futuro..."
En un primer momento, el padre prefiere que su hijo duerma, es decir, prefiere que siga sumido en la ignorancia y en la falsa felicidad que proporciona el no ser consciente de la realidad y de los peligros de la misma.
Pero el sabio hacedor de la lluvia no tarda en darse cuenta de que quizás no obró acertadamente y de que con su proceder había debilitado a su hijo no permitiéndole forjar su carácter:
"El futuro exigirá un hombre maduro y valeroso, y al haber dejado a su hijo durmiendo en la choza le había privado de la ocasión de fortalecerse y de templar su alma con aquel espantoso suceso"
El sabio chamán reconoció que, con su errado proceder, le privó a su hijo de la posibilidad de aprender a superar miedos y angustias para poder afrontar el futuro con mayor entereza y seguridad.
Apocalypto
Pocas películas, como la magnífica "Apocalypto" de Mel Gibson, han sabido retratar con tanto acierto la inconsciencia de quienes, en aras de vivir felices, despreocupados y ajenos a las adversidades de las circunstancias, se condenan a sí mismos a desaparecer del devenir de la historia.
La trama de Apocalypto es, en realidad, de una extremada sencillez:
Un feliz y despreocupado pueblo de cazadores, que vive en el interior de la selva ajeno al mundo exterior, se niega a sí mismo la responsabilidad y el deber de afrontar sus miedos.
Dicho pueblo, durante una jornada de caza, contacta con un grupo de supervivientes que huyen aterrados de quienes les han masacrado y destruido sus hogares. El hijo del jefe de los cazadores, angustiado y preocupado, desea saber qué ha pasado y por qué huyen aquellos seres temerosos, pero el gran jefe evita que pueda interrogarles. Argumenta, el inconsciente jefe, que no desea que su hijo se infecte del mismo miedo que corroe a los pobres desgraciados que huyen despavoridos. No quería que su hijo ni su pueblo conocieran el miedo, es decir, no deseaba que afrontaran la necesidad vital de conocer y saber qué estaba ocurriendo; prefirió ignorar lo que sucedía a su alrededor y se refugió y condenó a los suyos a vivir autistas en su pequeño microcosmos selvático.
No tardaron, por lo tanto, en sucumbir fácilmente ante la poderosa civilización Maya, dedicada a saquear pueblos del interior de la selva para obtener esclavos y víctimas que pudieran ofrecer en sacrificio a sus dioses.
El gran mensaje transcendente de Mel Gibson es contundente: los inconscientes tienen miedo del miedo y están condenándose a sí mismos y a los suyos a un antivital suicidio resignado.
Primero, felicidades por la entrada: por su contenido, por su redacción; estoy totalmente de acuerdo con cuanto ahí se afirma. Segundo: está cargada de sugerencias… sobre esto se ha escrito… la tira, pero esa exposición es magnífica y una entrada de un blog no es una tesis doctoral (algunos, críticos y autores, se creen que sí)… Tercero, ¡curioso!: pero esta tarde he hablado de Zubiri, de Ortega, de Marías, de Heidegger… ¡me parece increíble! Cuarto: ni sugerencia, ni queja, ni apunte… solo preguntar… ¿por qué no las ideas de los clásicos Epícteto y Marco Aurelio sobre el miedo… de algún modo? ¿por qué no están ahí los “griegos”? No he leído apenas a Fernández de la Mora: solo algo sobre el 98 y Ortega, creo. Quinto: no sé ahora cómo seguir desde mi blog el suyo, pero lo averiguaré… Ahora no dispongo de más tiempo, salvo para agradecerle lo escrito aquí. Muchas gracias.
ResponderEliminarSobre “la otra vida” que usted me preguntó… ¡quizá en la otra vida! Un saludo.
Gracias Antonio. Efectivamente, las reflexiones vertidas en un blog nos permiten, como mucho, "sugerir" y esbozar ideas; nos permiten hilvanar intuiciones, a veces a vuelapluma, para, después, darnos la oportunidad de ahondar en reflexiones más profundas.
ResponderEliminarLlevo ya unos años ejerciendo de profeta en estos mundos virtuales, recuperando la memoria de la filosofía de la Escuela de Madrid; reivindicando la obra de Ortega, Zubiri, Marías, Zambrano...
Los estoicos, y muchos otros filósofos, podrían haber estado en mi reflexión, pero a mí me interesó, sobre todo, abordar el miedo desde una perspectiva más vital, o raciovital, por utilizar terminología orteguiana: superando circunstancias adversas, actuando, haciendo y proyectando en el ex-sistere.
Si no ha leído a Fernández de la Mora le recomiendo su magnífica obra "La envidia igualitaria". Hoy sería interesante, por no decir obligado, recuperar y "revisar" la propuesta tecnócrata de Fernández de la Mora de sustituir los Estados ideológicos por los Estados de Obras. ¿Hacia dónde nos llevan las obsoletas ideologías del siglo pasado? Habría que revisar a Fernández de la Mora, del mismo modo que Jiménez Redondo propone revisar y "civilizar" la provincia heideggeriana.
Dicen (no he podido comprobarlo en hemeroteca alguna) que Ortega se fijó en el joven Gonzalo, una de las mentes más brillantes de su tiempo, y quiso incorporarlo a su elitista círculo de amigos y allegados, pero Fernández de la Mora rehusó. No sé, todavía, si la decisión del joven Gonzalo fue entonces la más acertada, pero, en cualquier caso, España pudo tener a uno de los ministros y pensadores más capaces del régimen franquista.
Yo también he intentando averiguar cómo enlazar otros blogs al mío, pero de momento no he sido capaz.
Muchas gracias a usted por sus aportaciones y comentarios.
Un saludo