viernes, 4 de abril de 2014

De Buda a Zubiri (¿irrealidad o realidad?)

En determinadas ocasiones hacemos un paréntesis, una pequeña parada durante la representación de nuestro drama personal, que es el vivir, para preguntarnos por cuestiones, más o menos transcendentes, que nos dan que pensar.

Dicen que el joven Siddharta, inmerso en un gran palacio rodeado de jardines y bosques, vivía cómodamente ajeno a las penurias del mundo exterior. Sin embargo, a pesar de vivir en una suerte de Edén donde nada le faltaba y todo lo tenía, el mismo relajo existencial que debiera proporcionarle paz y bienestar le sumió en una inexplicable angustia.
Siddharta era tan feliz que, seguramente, cayó en la cuenta de que algún día su felicidad se podría ver truncada por una enfermedad o por una dolorosa muerte; se dio cuenta, desde la aparente paz que le proporcionaba el hecho de tener todas sus necesidades vitales cubiertas, de que algún día habría de morir. ¿Y entonces qué? ¿Qué sería de la magnífica vida de lujo y despreocupación que tenía? La repentina presencia de la idea de la muerte le dio que pensar...

Y entonces, el joven Siddharta salió al exterior, fuera de los muros de su particular paraíso y, como otrora le sucediera a Adán y Eva tras comer del fruto prohibido, halló miseria, tristeza y dolor entre aquellos hombres y mujeres, menos afortunados que él, que debían ganarse cada día el pan con el sudor de sus frentes; que debían sufrir todos y cada uno de los días de su existencia hasta encontrar la muerte.
Se dice, se cuenta, se comenta (quién sabe qué pasó realmente por la mente de Siddharta), que aquel hecho traumático de chocar frontalmente con la realidad fue lo que le instó a hallar la verdad sobre la vida; fue lo que le dio que pensar sobre el sentido del ser. A partir de entonces, el joven Siddharta se aisló en su mundo interior y se dedicó a la meditación transcendental, es decir, se dedicó a virtualizar la realidad en su conciencia hasta hallar un estado de gracia, de comunión con el todo absoluto, que conocemos como iluminación. Había nacido el Buda (el iluminado).

Como Siddharta, solo nos podemos permitir el lujo de hacer una parada en el camino del ex-sistere cuando tenemos la barriga más o menos llena, cuando la ociosidad nos lleva a preguntarnos por las auténticas cuestiones radicales de la vida; cuando, como aquellos sabios de la antigua Grecia, que habían logrado cubrir sus necesidades más básicas, se permitieron el lujo de dedicarse al vano deporte de filosofar.

Ese algo que da que pensar, y que brotó del interior de Siddharta a partir de la angustia que le provocó el existir, tuvo que ser despertado también en Adán y Eva, pero desde el exterior y con el concurso de una pérfida serpiente. También en la Grecia clásica fue un personaje llegado del exterior quien tuvo la responsabilidad de corromper a los inocentes hombres: Prometeo, el titán que robó el fuego de los dioses para iluminar la vida humana.
Y he aquí la diferencia más radical entre el místico Oriente y el tan terrenal Occidente: la manera en que sus gentes son iluminadas, es decir, las diferentes vías a través de las cuales, una y otra cultura pretenden encontrar el sentido del ser: vía mística (desde el interior) vs vía vital (desde el exterior).

Pero, como veremos a continuación, Occidente muy pronto se vería influenciado por las vías místicas provenientes del lejano Oriente.
Si bien es cierto que el mundo griego se preocupó, primero, por el ser de las cosas, no tardó en llegar Sócrates, y más tarde Platón, para pervertir en cierto modo la cultura tradicional más apegada a la tierra y la naturaleza, característica de Occidente, dando un giro filosófico hacia un pensamiento místico más oriental (vía de búsqueda interior).
Cuando Sócrates instó a los seres humanos a que se conociesen a sí mismos, seguramente ya tenía influencias de ese pensamiento originario de Oriente, tan intimista y tan irreal... Pero sería Platón, discípulo de Sócrates, el primer filósofo de occidente en virtualizar la realidad, el primero en separar el mundo real (de los sentidos) de un mundo ideal al cual solo se podía llegar a través de la mente. Platón fue el primero en huir de la realidad y fue el primero en abandonar los brazos de la madre naturaleza. Comenzó, así, el desarrollo de toda una civilización; y también apareció ese humanismo, demasiado humano, que fue capaz de erigir al hombre en la medida de todas las cosas.
Finalmente, el cristianismo, nacido a caballo entre Occidente y Oriente, acabó aunando la filosofía virtual (idealizada en la mente) heredera de Platón (neoplatonismo) con las influencias del pensamiento más intra-virtual de la mística oriental.
El camino ya quedó despejado para San Agustín y para los filósofos escolásticos; para la mística española que tan bien representaran Sta Teresa y San Juan de la Cruz y, en definitiva, para toda la filosofía occidental más racional e idealista que, durante siglos, se obcecó en alejarse de la vida y del mundo real.

Hasta que no irrumpiese el vitalismo filosófico en Europa no se podría hablar de una auténtica reivindicación, argumentada y pensada, de las vías de conocimiento ya ensayadas por los filósofos griegos presocráticos, tan apegados a la vida y la realidad. El olvidado Heráclito volvería a ser rescatado por Nietzsche, y éste sería pulido y civilizado, a su vez, por Fichte, pero sobre todo por Husserl y Heidegger. Ortega, en España, haría lo propio al intentar reconciliar razón y vida, y con él todos sus discípulos de la Escuela de Madrid, desde Zambrano (inteligencia poética) hasta llegar al que, en mi parecer, es el más brillante de todos: Xavier Zubiri (vasco, como Unamuno, padre de la inteligencia sentiente).
Vuelve, así, a vindicarse el pensamiento intuitivo, espiritual y más apegado a la naturaleza; vuelve a anteponerse el homo (el hombre o animal de realidades, que diría Zubiri) frente al civilizado humanus (humano) que durante siglos fue despojado de su esencia y desarraigado de sus orígenes más apegados a lo terrenal.

Si a Buda le dio que pensar por el sentido del ser, muchos siglos antes de que Heidegger manifestara también su preocupación e interés por el mismo, a Zubiri le daría que pensar la realidad, aquello que es más inmediato al ser humano.
Zubiri argumentará que el ser solo puede ser en la realidad, incluso ese ser virtual, elaborado en nuestra conciencia, y que Buda, Platón, el Cristianismo, Descartes y Kant sostuvieron que, en tanto se manifestaba en la conciencia no podía ser real; incluso ese modo de ser de la conciencia no real,  Zubiri sostuvo que era real, realidad en la ficción o en la imaginación, pero una forma de realidad al cabo.

Conclusión:

¿A lo largo de la historia de la filosofía qué ha dado que pensar a los hombres?
A los griegos les dio que pensar el tema de los entes (las cosas), a Descartes le dio que pensar sobre la verdad; a Kant sobre la conciencia (razón e idea) a Heidegger le dio que pensar la cuestión del ser. Pero a Zubiri, magnífico Zubiri, le dio por pensar sobre la realidad, sobre ese sistema físico donde interactúa el animal de realidades que es el hombre.
No sé a vosotros, pero a mí la genialidad de Zubiri me da mucho que pensar.


 



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