¡Ya están aquí! ¡De nuevo se nos vienen encima los vampiros sedientos de sangre de nuestra casta!
Los vampiros de la política están dispuestos a dejarnos sin una gota de sangre; están dispuestos a expoliar nuestros bienes y gravar nuestro trabajo, esfuerzos y sacrificios, por tal de saciar sus vampíricos apetitos, por tal de perpetuar sus privilegios y de preservar las granjas-escuelas a través de las cuales crean el ganado humano que necesitan para subsistir.
El proceso de domesticación, a través del cual nos someten, es ya imparable. La última "ocurrencia" del vampírico gobierno de España ha sido la de aumentar las bases de cotización de los autónomos.
La excusa: para que los sufridos autónomos puedan tener derecho a prestaciones de desempleo.
El motivo real: para llenar las arcas y poder, así, seguir alimentando el creciente e imparable déficit de las administraciones públicas.
¡Más sangre! ¿O era más madera?
Lo más grave de esta medida, sin duda un paso más hacia la esclavitud, es que las asociaciones de autónomos hayan consentido tan castradora medida; lo peor es que se hayan vendido por un miserable plato de lentejas, a cambio de un poco de pienso disfrazado de "derecho".
¿Qué le va quedando a un autónomo de su supuesta autonomía?
Cuando los últimos hombres libres se venden a cambio de miserables platos de lentejas, por tal de devenir seres humanos, demasiado humanos y civilizados; domesticados, sumisos y castrados, pocas esperanzas quedan para creer en futuros prometedores. En todo caso, lo único que cabe esperarse del devenir de los acontecimientos presentes es miseria futura.
El triunfo de la pedagogía social, de la doma y domesticación de los últimos hombres libres, es ya un hecho consumado: todos nos hemos convertido en zombis, en vegetales que deambulan sin esperanzas en el futuro, tan solo atentos a la llegada de nuestra correspondiente ración de pienso; atentos tan solo al momento sagrado en el que nuestros granjeros rellenarán nuestros pesebres, ora con subvenciones y prestaciones, ora con espectáculos y distracciones para las masas. Tan solo aspiramos a vivir un día más; tan solo vegetamos, resignados, para poder subsistir como el ganado humano en que nos hemos convertido. Y lo peor de todo es que, como los zombis que somos, no dudamos en fagocitar y convertir en zombis a los últimos hombres libres que pudieran quedar.
¡Masas de zombis al servicio de la oligarquía vampírica! Este siniestro guión daría para una buena serie de ficción, de no ser por que es el libreto que se está siguiendo a pies juntillas en nuestra triste y cruenta realidad.
Vale, nos han vencido, han conseguido domesticarnos a fuer de hacernos humanos, muy, muy humanos y civilizados; a fuer de hacernos creer que éramos pequeños diosecillos con derecho a todo. Nos han vencido sabiendo satisfacer nuestros más inconscientes e irracionales deseos; nos han dado pienso haciéndonos creer que eran derechos; nos han hecho creer que la vida podía llegar a ser un paraíso terrenal, ausente de penalidades, de trabajos y sacrificios. Nos convencieron de la necesidad de perseguir ilusorias utopías mientras la realidad, inmisericorde, nos engullía y acababa con nuestros sueños de libertad. No se puede ser libre sin sufrir y sin el derecho, el único realmente inherente al hombre (no digo ser humano), a salvaguardar su vida y la de los suyos.
¿Si nos privan del derecho fundamental para hacer, construir y proyectar, libremente, para qué queremos sucedáneos en forma de piensos cebadores (subsidios, prestaciones, ayudas solidarias, deportes, espectáculos...)?
Y si nos han vencido a través de una costosa y laboriosa pedagogía social, convirtiéndonos en zombis, en sumiso ganado humano, o en animales de lujo (Peter Sloterdijk), ¿por qué no implantar de una vez por todas, sin hipocresías ni hemiplejias morales, un auténtico y eficiente sistema social basado en la eugenesia?
¡Ah, vale, ahora nos llevamos todos las manos a la cabeza!
Sin embargo, nos parece bien que el aborto se practique libremente; nos parece todavía mejor que el Estado pueda dirigir nuestra vidas, hasta el punto en que pueda decidir cuántos hijos podemos tener (China) o que el Estado decida cuántos bienes podemos poseer (Cuba y Venezuela). Tampoco nos importa que el Estado, a través de democráticas leyes, nos lo quite todo. Y no me refiero a los bienes y frutos de nuestro trabajo, que también, sino a nuestra dignidad y sacra libertad individual.
¿Por qué habría de importarnos que nuestros legítimos vampiros, refrendados en urnas democráticas, diesen un paso más en el perfeccionamiento de sus granjas productoras de ganado humano? ¿Por qué habría de importarnos la exterminación selectiva de los zombis en que nos hemos convertido?
Me lo expliquen...
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