"Era simple condición humana: todo claudicante necesita a otros, del mismo modo que un traidor anhela que haya más traidores" (Pérez Reverte).
Introducción
Esta magnífica y sagaz observación sobre la naturaleza humana, extraída de "El francotirador paciente", última novela del genial Pérez Reverte, me ha hecho recordar el gusto, tan español, por la traición.
Nos podríamos remontar a la Hispania romana para señalar a Audax, Ditalcos y Minuros como los primeros traidores que ejercieron tan ignominioso oficio en la piel de toro. El asesinato de Viriato (lusitano) a manos de los citados traidores, despejó el camino de Roma para poder dominar y someter a los pueblos hispanos.
Mucho se ha especulado también sobre la traición de los hijos de Witiza contra el rey visigodo Rodrigo, facilitando la entrada de Tarik a la península y la posterior y rápida conquista de la misma. De nuevo, otro camino despejado merced a las traiciones y las luchas intestinas entre hispanos (visigodos) facilitó la conquista peninsular.
Ya en tiempos del Cid Campeador, el personaje de Bellido Dolfos, hijo de Dolfos Bellido, pasó a la historia por ser el autor material del asesinato a traición del rey Sancho, al cual dio muerte, según especulaciones de la época, cuando éste se descuidó al ir a aliviar ciertas necesidades fisiológicas (¿cabe ser más traicionero?).
Otros traidores, la mayoría anónimos, han seguido los pasos de estos ilustres, y proliferan y se empeñan en dejar sus huellas, a lo largo de la historia, en lo que ha dado en conocerse como España.
Y es que la madre patria del Quijote, personaje tan español y soñador de grandes épicas, no ha podido evitar, de igual modo, parir a grandes envidiosos y traidores, a la postre la antítesis necesaria de toda heroicidad que pretenda aspirar a grandilocuentes Glorias.
Todo Alonso Quijano, ebrio de épica caballeresca, ha tenido por fuer que enfrentarse a los curas, barberos y bachilleres de turno de las Españas; todo bravo Cid Campeador, a pesar de ser noble caballero, ha tenido que servir a señores de poca altura y, en no pocas ocasiones, de baja catadura moral; todo Gran Capitán que hubiese luchado por la madre España ha sido expoliado por sus RRCC de turno, cuando no olvidado, como el bravo Blas de Lezo o, mucho más recientemente, Eloy Gonzalo, el héroe de Cascorro que ya nadie recuerda.
Sí, lo sé, como bien lo supo Nietzsche: los héroes no son mas que las creaciones de los poetas, pues sin los poemas épicos, que a lo largo de los tiempos han mitificado y cantado las gestas heroicas de los hombres, no existiría el espíritu de la memoria histórica ni existirían los grandes hombres. Digo espíritu, y digo bien, porque el espíritu es poesía irracional que pretende sublimar y dignificar la esencia humana acercándola a la inmortalidad.
Hoy, por ello, voy a ejercer de poeta, y voy a recordar y rescatar del olvido al último gran héroe de ese proyecto fallido de la historia que dio en llamarse España; voy a anteponer la poesía que promete frente a la que destruye; voy a homenajear la figura de un español, héroe por derecho propio, llamado José Antonio Primo de Rivera.
Las tres muertes de José Antonio
Dicen que los héroes solo mueren una vez, mientras que los cobardes mueren veces infinitas castigados y hostigados por los remordimientos de sus miserables y deshonrosos actos, mortificados por su falta de valor y gallardía. Pero en las sociedades que han aprendido a temer a la muerte, en la medida que han perdido la fe en la vida eterna, no hay cabida para héroes, pues ya no hay Glorias eternas que alcanzar. Queda, tan solo, un nihilismo desesperanzador que, no solo nos niega la promesa de una salvación futura, sino que borra, inmisericorde, la memoria de cualquier pasado que pudiera haber pecado de haber sido glorioso. Tal es el grave pecado de España: negarse a sí misma y a su pasado.
Desde la psicología, también nos han enseñado que las víctimas de crueles atrocidades y vejaciones, tales como violaciones, secuestros, torturas, etc..., en no pocas ocasiones son obligadas a revivir en su memoria segundas y terceras agresiones. Las víctimas son incapaces de superar el dolor sufrido en la misma medida en que la sociedad, en su conjunto, no hace justicia para dignificar y restaurar la condición de persona que le fue sustraída a la víctima tras la cosificación, y conversión en objeto, por parte de sus agresores.
Y hete aquí el otro grave pecado, no solo español en este caso, sino propio de la generalidad de la civilización occidental: haber despojado de dignidad y de esencia a las personas, cosificándolas y convirtiéndolas en meros entes orgánicos sin espíritu. Así, haciéndoles olvidar la preocupación por el sentido del ser, y ya desnudos de su esencia, los individuos pierden su condición de personas (condición necesaria para ser y proyectar) y devienen, tan solo, ganado humano susceptible de ser manipulado y adoctrinado. El camino hacia la autoinmolación de toda una civilización está despejado...
Pero no me toca ahora erigirme en salvador de Occidente, pues es metafísicamente imposible resucitar a los muertos y, además, yo he de callar, cual Heráclito, en tanto no paren de hablar los indóciles ciudadanos de Efeso henchidos de hipócrita corrección política.
Sí he de hacer mía, sin embargo, la observación de Pérez Reverte que señala que "todo claudicante necesita a otro, del mismo modo que el traidor anhela que haya más traidores".
Siempre hay que crucificar al mesías de turno que pueda aparecer con nuevas promesas de vida, eso es algo inherente al ser humano y a la dialéctica de la historia. Toda tesis o propuesta de proyectos de vida centrados en la tradición habrá de tener frente a sí, tarde o temprano, a su antítesis en forma de novedosa alternativa vital.
Cuando Sócrates se vio obligado a beber la cicuta, instado por su propio imperativo moral, lo hizo tras ser acusado por sus conciudadanos de renegar de los dioses de la ciudad e introducir otros dioses nuevos. Seguramente habrían otros motivos más oscuros y personales (envidias y rencores) que le granjearon a Sócrates las antipatías de sus vecinos, pero no deja de resultar significativa la manera en que a lo largo de la historia la envidia y el recelo ante lo mejor y más excelente se ha legitimado a través de un falso afán de justicia.
Jesucristo, de forma parecida, tuvo también su juicio justo en la forma de una farsa convenientemente legitimada por las autoridades romanas y fariseas.
Primera muerte de José Antonio.
Y aquí quería llegar tras esta larga pero necesaria introducción previa: a la crucifixión del mesías, en tanto que visionario y portador de poesía prometedora, que fue José Antonio.
Quien desee saber por qué le atribuyo a José Antonio el calificativo de visionario, profético al cabo, tan solo tiene que leer (vano consejo) lo que de su legado póstumo quedó recogido en sus "Obras Completas".
Mucho se ha especulado sobre el juicio que dictaminó la sentencia de muerte de José Antonio, pero nos bastará, tan solo, recordar algunas evidencias y hechos significativos del mismo, para encontrar inevitables analogías con las mismas farsas judiciales que en el pasado más lejano condenaron a Sócrates o al propio Jesucristo.
La primera evidencia que demuestra la falsedad e ilegitimidad de aquel juicio disfrazado de legalidad (no es lo mismo legal que justo y legítimo) fue el argumento por el que José Antonio fue acusado: tenencia ilícita de armas.
¡Tenencia ilícita de armas! Ese fue el mejor argumento que pudieron esgrimir quienes eran simpatizantes de los mismos pistoleros del PSOE que, tras el asesinato del joven estudiante universitario falangista Matías Montero, iniciaron una descontrolada escalada de criminalidad amparada por la ceguera voluntaria del gobierno frentepopulista. Acusaron de tenencia ilícita de armas al hijo de un militar (era fácil que tuviese acceso a las armas) que, sin embargo, jamás a lo largo de su joven vida truncada, se manchó las manos de sangre, como sí se las mancharon los militantes de izquierda que perpetraron más de una docena de asesinatos hasta que los diezmados falangistas decidieron, también, combatir al fuego con fuego.
Son conocidas al respecto, las críticas que recibió José Antonio por su tibieza y negativa a recurrir a la violencia desde un primer momento, hasta el punto que su persona fue motivo de burlas y se le llamó despectivamente, en círculos de la cobarde derecha de la CEDA, franciscano. Y esa misma derecha apoltronada y cobarde, que necesitaba a FE para defender sus bastardos intereses de los pistoleros, también cobardes y asesinos de la izquierda, se burló de las siglas FE explicando sarcásticamente que éstas eran el acrónimo de franciscanos españoles.
Segunda evidencia
Si pueril y miserable fue la razón por la que se acusó a José Antonio, a modo de vulgar pretexto para acabar ejecutándolo, no menos reprobable e ilegítimo fue el hecho de que la totalidad del jurado que habría de condenarle, estuviese constituido por militantes del Frente Popular. Para quien no lo sepa, en aquellos convulsos tiempos no era lo mismo ser un republicano cabal, como lo fue el docto y brillante Besteiro, o en menor medida pudieron serlo Prieto o Azaña, que los frentepopulistas bolchevizados como Dolores Ibárruri (La Pasionaria) o Largo Caballero (el Lenin español).
Más le hubiese valido a José Antonio haberse evitado aquella farsa de juicio y haber sido abatido a tiros, traicioneramente, como lo fueron muchos de sus camaradas falangistas.
Tercera evidencia
Dadas las simpatías y la amistad de José Antonio con muchos socialistas, entre ellos Indalecio Prieto, pocos creyeron que aquella farsa de juicio pudiese acabar con la sentencia a muerte del joven abogado falangista. Pero las circunstancias eran las que eran, y el afán de justicia ya hacía tiempo que había desaparecido en una España secuestrada y prisionera de la barbarie más irracional y cainita. Cuentan que el propio Manuel Azaña, tras intentar tímidamente que el castigo impuesto a José Antonio no fuese la máxima pena de muerte, ante las presiones del sector bolchevique más visceral y jacobino, no tuvo más remedio que hacerle llegar un mensaje de condolencia a José Antonio donde le reconocía ser tan prisionero como él de las circunstancias. Y las circunstancias exigían el sacrificio de un mártir y, sobre todo, satisfacer la sed de venganza de los exaltados bolcheviques que, frente al ¡Arriba España! vociferado por quienes se alzaron contra el gobierno de la II República, gritaban más fuerte y con más rabia ¡Viva la URSS!
La suerte estaba echada, y Manuel Azaña, como otrora hiciera Poncio Pilato, decidió lavarse las manos ante la sed de venganza de la turba revolucionaria; se doblegó y claudicó ante los seguidores de Barrabás, entonces reencarnados en los fervientes seguidores de una nueva religión laica que dio en llamarse marxismo-leninismo.
Mucho habría de arrepentirse Azaña, en sus memorias, de los graves errores cometidos durante su irresponsable gobierno. Mucho, seguramente, debió arrepentirse también de la muerte de José Antonio quien se dijera su amigo: Indalecio Prieto. Todavía no sabemos por qué, durante todo su exilio, Prieto fue el custodio de las últimas pertenencias de José Antonio, las cuales guardó celosamente en una maleta durante toda su vida.
Es cierto que todavía hoy quedan muchas cosas por saber y por esclarecer, pero de lo que no cabe duda es de que José Antonio, tras su primera muerte física, aún debería volver a ser crucificado en dos ocasiones más a lo largo de nuestra reciente historia, por tal de arrebatarle su esencia espiritual, primero, y más tarde por tal de negarle como posibilidad futura de ser.
Segunda muerte de José Antonio.
Al poco de morir Franco, en el año 1976, se dio la orden, todavía no se sabe muy bien quiénes, de que el legado intelectual de José Antonio (una amplia obra escrita compuesta por ensayos, poemas y relatos) fuese destruida. Por lo visto, alguno de los encargados de llevar a cabo tan miserable acción, guardó parte de la producción literaria del fundador de la falange, la cual ha llegado hasta nuestros días recopilada en sus "Obras Completas" (lectura que recomiendo fervientemente).
Lo significativo de semejante hecho es constatar el miedo, todavía existente en 1976, por tal de evitar que las siguientes generaciones tuviesen, al menos, la oportunidad de pensar por sí mismas, de cotejar diferentes fuentes informativas y, en definitiva, pudiesen contrastar distintas visiones o perspectivas de la historia.
Se intentó, de esta manera, matar a José Antonio espiritualmente, negándole su esencia como persona; intentando ocultar al mundo al poeta que admiraba a Lorca; intentado esconder una parte de la verdad de la historia de España. Se le cosificó.
¿Por qué?
Si en la primera muerte de José Antonio, a través de un falso juicio, fue la izquierda más cainita la responsable directa de su ejecución (si bien es cierto que numerosas fuentes ya apuntaron entonces al desinterés que tuvo Franco por salvar a José Antonio) no cabe duda de que en 1976 los únicos que tuvieron el poder para destruir el legado de José Antonio fueron los conservadores, aquellos mismos meapilas, muchos del Opus Dei, que otrora le calificaran de tibio franciscano y que entonces, tras la muerte del dictador, se dieron prisa en seguir moviendo los hilos que habrían de llevarnos a la farsa de una Transición cuya única finalidad sería (a los hechos me remito) legitimar la esencia bastarda de una partitocracia, ya denunciada por Ortega, cuya única finalidad sería servir sus propios intereses de clase política.
Una vez más, Roma (los monárquicos conservadores) tuvieron tanto o más interés que la turba judía (seguidores de Barrabás) en crucificar al portador de poesía prometedora de vida.
Tercera muerte de José Antonio
Si Zapatero hizo bueno a Suárez y a González, y en el parecer de muchos también a Aznar, es porque ha sido, sin lugar a dudas, el presidente más nefasto de la historia de España: el más falso e hipócrita de entre todos los fariseos habidos y por haber.
Zapatero, después de verse obligado a llevar a cabo una política dictada por el imperativo de las circunstancias, a favor del contubernio formalizado por la todopoderosa Banca y la clase política, no encontró mejor manera de reconciliarse con sus traicionados seguidores de la izquierda más radical, que la de resucitar antiguas rencillas y desenterrar a viejos y demonizados enemigos.
Después de mostrarse harto orgulloso, alzando el puño y entonando la internacional, se autoproclamó rojo auténtico y convencido feminista. Y todo por tal de legitimarse como ejemplo de justicia y bondad ante unas masas enfervorecidas a las que no tardaría en decepcionar.
Zapatero, como los irresponsables emperadores romanos de antaño, no dudó en esquilmar las arcas públicas endeudando al país (aumentando en exceso el déficit público), hipotecando a las futuras generaciones. Y todo para congraciarse con el pueblo. Su errado Plan-E, nueva suerte de circo romano, más orientado al espectáculo y a la propaganda de su persona que a la resolución de problemas reales, fue perpetrado con la única e insensata intención de comprar a las masas con pan circense para hoy y hambre desesperada para mañana". Su proceder fue más propio de un emperador endiosado del pasado que de un serio hombre de Estado del presente.
Finalmente, como un acorralado Nerón, huyó hacia adelante y se obstinó en el proceder, tan español, del sostenella y no enmendalla: Zapatero acabó incendiando España entera recurriendo al guerracivilismo, pues todo era válido por tal de seguir manteniendo inmaculada la imagen idealizada que de sí mismo tenía.
Donde los sociólogos vieron a un inocente seguidor del optimismo antropológico, yo siempre vi a un iluminado con tintes narcisistas, a alguien dispuesto a todo, incluso a dinamitar la convivencia en una ya de por sí maltrecha España, con tal de autojustificar su egocéntrico proceder. Gajes del oficio, supongo, que obligan a ver más allá de lo meramente aparente.
Y mientras el aprendiz de Nerón que fue Zapatero, orquestó una nueva persecución de los cristianos, ley de memoria histórica mediante, la grosera música de su tontiloca lira siguió castigando los oídos de aquellos que sí estaban educados para saber captar las notas más finas de la política.
La ley de memoria histórica se me antoja la última y más grave felonía cometida en España y supone, de hecho, el borrado, a través de la tergiversación y la manipulación, de una parte importante de nuestra memoria y de nuestra trayectoria histórica real; significa la ocultación, interesada y sectaria, de una parte de la verdad que a muchos pequeños nerones endiosados sigue molestando que se conozca.
La revanchista ley de memoria histórica de Zapatero constituye, en sí misma, otro falso e ilegítimo juicio, disfrazado de legalidad, cuyo único objetivo ha sido, una vez más, volver a matar a José Antonio.
Con esta tercera muerte de José Antonio, tras su muerte física, primero, y su posterior muerte espiritual durante el régimen, se ha pretendido negar a José Antonio como referente histórico para las siguientes generaciones. Se le ha negado como una posibilidad del ser susceptible de elección o, al menos, susceptible de ser tenida en consideración. Para ello se han retirado estatuas y monumentos que homenajeaban su figura, se han retirado placas de calles y plazas con su nombre. Se ha pretendido borrar y negar una realidad transcendente que llegó a ser verdad.
Epílogo
Algunos individuos obcecados en hacernos claudicar, están intentando reescribir la historia, y quieren despojar de esencia al español medio, negándole la realidad de una identidad histórica común, ocultándole parte de los hechos del pasado, sustrayéndole su herencia histórico-cultural, espiritual y religiosa. Y todo por tal convertir a la generalidad de los españoles en claudicantes y traidores; todo por tal de hastiarles cansinamente hasta conseguir que estos, desarraigados y desnudos de esencia, firmen una rendición incondicional frente a los tontilocos particularistas, ante los eternos descontentos que jamás serán contentados.
Pero, afortunadamente, todavía hay gente en España que lee, aunque de momento calle, porque solo cabe el silencio en quienes, como Heráclito, no consideran inteligente, ni prudente, hablar mientras sigan hablando los corruptos "ciudadanos" de Efeso.
domingo, 30 de marzo de 2014
viernes, 28 de marzo de 2014
Heidegger: "Solo un Dios puede salvarnos"
La actual crisis que asola a Occidente nos está despertando de un largo y acomodado letargo; nos está obligando a poner cuidado, una vez más, en las cuestiones vitales que más importan: ¿Qué es el hombre?, ¿tiene sentido nuestra existencia?, ¿hacia dónde se dirige la humanidad?
Mucho ha llovido desde que Heidegger, en su magnífica "Ser y tiempo", nos alertara de la necesidad de preguntarnos por el sentido del ser.
Decía Heidegger que el ser, envuelto en la cotidianidad, se nos había hecho demasiado familiar, hasta el punto de que la época de la Modernidad, con todos sus grandes avances científicos y técnicos, que nos alejaron del mundo natural, provocó su ocultación. La caída del ser provocó el olvido de la cuestión única y más transcendental de la que es responsable (pastor) el Dasein (el ser humano en sí y ahí): la vida.
Si el ser humano no se responsabiliza del ser; de su ser con el mundo, con la naturaleza, con la ecología, de su ser con los demás (relaciones sociales)... ¿Quién lo hará?
Nadie, desde luego.
No hay ningún filósofo y/o pensador que no esté de acuerdo en que solo a nosotros, al género humano, nos compete ser responsables de nuestro destino futuro; nos compete ser celosos guardianes y tener cuidado del ser (del ex-sistere ahí, en el mundo).
Sin embargo, para preguntarnos por el sentido del ser debemos, primero, tener claro cuál es el papel del hombre, cuál es el rol que desempeña el ser humano (Dasein) en su relación con su ex-sistere, con el mundo y sus circunstancias. Dependiendo de la relevancia que le otorguemos al hombre (a la humanidad, en definitiva) podremos justificar sus acciones a través de mayores o menores limitaciones ético-morales.
Llegados a este punto, chocan inevitablemente dos filosofías antagónicas en lo concerniente a decidir o definir qué es el hombre, es decir, definir cuál es la esencia del hombre.
Heidegger reconoce que la humanidad del hombre reside en su esencia (ver carta sobre el humanismo), y por ello le resulta obligado que nos preguntemos: ¿desde dónde y cómo se determina la esencia del hombre? Para poder responder esta cuestión tenemos, primero, que decidir si el hombre es el responsable del ser o tan solo es el ser en sí mismo:
El hombre es el pastor del ser (visión naturalista de Heidegger)
Cuando Heidegger sostiene que el hombre es el pastor del ser, está reconociendo que el hombre es el único capaz de preguntarse por el sentido transcendental (metafísico, místico o religioso) de su existencia. El ser humano es el único ser vivo que, para justificar su existencia, debe positivar la muerte, es decir, es el único ser viviente que, sabiendo que su existencia tendrá un fin, buscara un sentido a su ex-sistere. Según Heidegger, esencia y existencia coexisten y son lo mismo, pues el ser humano, en tanto consciente de que puede preguntarse sobre su ex-sistere también es inevitablemente es-sentia o posibilidad. Concluye Heidegger que la es-sentía, la posibilidad de ser, es descubierta a través del ex-sistere, pero solo si el Dasein (ser humano) pone cuidado en ello, es decir, solo si orienta su vida a preguntarse por el sentido del ser a través de un retorno a la naturaleza y un alejamiento del mundo de la técnica.
El hombre es justificación de sí mismo (visión humanista de Karl Marx)
El marxismo, desde el mismo momento en que se proclama ateo, no tiene más remedio que justificar al hombre a través del propio hombre. El ser humano no tiene por qué poner cuidado en desvelar o desocultar ningún sentido del ser que esté fuera del alcance de la ciencia. Cualquier preocupación metafísica, mística o religiosa, inaccesible al materialismo científico y al empirismo, no son relevantes para el ex-sistere.
Sartre, al sostener que el existencialismo es un humanismo, hace predominar la existencia humana sobre la propia esencia: "L´existence précède l´essence", algo en lo que también estará de acuerdo Heidegger: primero existimos, es decir, somos arrojados desnudos a la realidad (Xavier Zubiri).
Sin embargo, Sartre, el gran justificador del humanismo, entendido éste como una suerte de religión incuestionable que legitima al hombre a través de sí mismo, sostendrá que la es-sentia o tanscendencia de los actos humanos no se dan ni se desvelan tras cuidado o búsqueda de la misma, sino que se construye.
Conclusión: Así pues, decidir desde dónde o cómo se determina la esencia del hombre, será tanto como decidir si el hombre, responsable de sus actos y, por ende, del mundo que le rodea, es un guardián o un creador.
La es-sentia, la posibilidad del ser a través de la cual el ser humano da sentido a su existencia, ¿debe encontrarse o hacerse?
¿La es-sentia ya está entre nos, oculta entre lo cotidiano, o debemos crearla? ¿Debemos conducirnos como pastores que descubren y guardan la esencia del ser, inmersa en la naturaleza, o debemos comportarnos como dioses, creando nuestra es-sentia a través de la ciencia y de la técnica?
Consecuencias o derivas ideológicas de ambos posicionamientos.
La época de la Modernidad, en palabras de Heidegger, supuso una caída u olvido por la cuestión del ser. La ciencia y la técnica empequeñecieron al hombre en la medida que lo alejaron del mundo natural. En realidad, sostenía Heidegger, la esencia del ser ha estado siempre delante de nuestras narices, formando parte de nuestra existencia, pero oculta tras las formas cotidianas de los entes materiales de los que cada vez somos más dependientes. Esclavos, diría yo.
Retornar a la naturaleza, y volver a revalorarizar las cuestiones importantes de la vida (sentido del ser), será lo que salve al hombre del nihilismo existencial, de la angustia de la nada y del miedo a no ser (muerte).
Sin embargo, el humanismo, que erige al hombre en Dios de sí mismo, no pretende vivir en comunión y armonía con su esencia (en la naturaleza), sino que intenta salvar al ser humano a través del alejamiento de éste del mundo natural, que será tanto como alejarle de sus instintos animales más irracionales; será tanto como alejarle de la posibilidad de encontrar y cuidar del sentido de su auténtico ser (llegar a ser uno mismo).
Se podría decir que Heidegger apuesta por una vida provinciana, todavía por civilizar completamente, frente a un humanismo urbanita que apuesta claramente por la vida civilizada a través del conocimiento científico y la técnica.
Heidegger propone que el hombre (homo) siga siendo hombre, pastor del ser en comunión con la naturaleza, y por eso en su "Carta sobre el humanismo" señala las debilidades de aquellas ideologías y/o filosofías empeñadas en convertir al hombre en humano (humanus) despojándole de su esencia primigenia y, por tanto, sumiéndole en el nihilismo existencial de la angustia y la desesperanza.
Heidegger vio que el homo (hombre) transformándose en humanus ("humano, demasiado humano", que diría Nietzsche) se alejaba cada vez más, paradójicamente, de su condición de hombre libre.
Críticas y propuestas para urbanizar la provincia heideggeriana
Uno de los principales críticos de Heidegger es Jürgen Habermas, el cual llegó a escribir aquel célebre "Pensar con Heidegger contra Heidegger". Y es que el sagaz Habermas, ferviente defensor de la socialdemocracia, todavía sigue viendo en el padre de "Ser y Tiempo" a un ideólogo del nacionalsocialismo, aunque no deja de reconocerle sus acertados análisis sobre el ser humano y la existencia. De ahí la necesidad de pensar con Heidegger para preguntar por el sentido del ser, pero contra Heidegger, para rebatir las recetas que éste propuso para superar el nihilismo, hijo de la Modernidad.
Habermas está de acuerdo, como lo está la generalidad de pensadores actuales, que es necesario articular un nuevo humanismo que no subyugue al ser humano y que le permita encontrarse consigo mismo, en completa libertad. Por ello opina que las ideas de Heidegger, sobre el retorno a la naturaleza y la defensa de construir un nuevo mundo espiritual, aunque válidas, son susceptibles de volver a utilizarse para legitimar nuevos fascismos.
En palabras del filósofo español Manuel Jiménez Redondo, Habermas propone urbanizar la provinciana heideggeriana a través de la socialdemocracia, conservando así las bondades de un retorno a la naturaleza y la necesidad de buscarle un sentido a la vida, pero civilizando lo suficiente al animal irracional, que es el hombre, para que no se torne en exceso salvaje (fascista).
Efectivamente, ya pocos pensadores, al menos de probada y excelsa valía, creen en el humanismo marxista, a la postre ideología subyugadora que, a fuer de proclamar defender los derechos y libertades de los hombres, a través del progresivo alejamiento de sus instintos más animales y naturales (proceso de civilización), los domesticaron tanto que acabaron convirtiéndoles en seres cobardes y acomodaticios, o en animales de lujo, como señalaría acertadamente Peter Sloterdijk.
Habermas, como antes hiciera Gadamer con su alternativa democristiana, propone superar lo que de barbarie pudiera quedar en las ideas de Heidegger; propone civilizar la provincia heideggeriana a través de una alternativa socialdemócrata.
Y es que Habermas, no solo critica la propuesta heideggeriana de retorno a la naturaleza, sino también la alternativa demócrata cristiana de Gadamer, por considerar que ésta peca todavía de exceso de verticalidad.
Pero Manuel Jiménez Redondo, gran conocedor y traductor de la obra de Habermas, se ha dado cuenta de que, a día de hoy, ni la socialdemocracia ni el democristianismo han logrado urbanizar satisfactoriamente la provincia heideggeriana. Así lo demuestra la grave crisis actual que padecemos, consecuencia de un errado humanismo que, intentando justificar al hombre a través de sí mismo, le ha alejado de sus referentes místicos y espirituales, sumiéndole en una nihilista crisis de valores.
Dice Jiménez Redondo que las masas, ahora, reclaman una radical democracia, tras ser conscientes del sucedáneo que, de la misma, les estaba proporcionando un humanismo que, para salvar al hombre de sí mismo, lo humanizaba (civilizaba) a través de una pedagogía social que, en el fondo, solo pretendía hacerle creer que era libre, cuando no era sino ganado humano cebado con pienso adoctrinador.
Y es que, el humanismo heredero de Marx, aunque enmendado para poder seguir siendo legitimado por las actuales socialdemocracias y alternativas democristianas, ha fracasado definitivamente al no ser capaz de salvar la agonizante civilización occidental.
Aquella opción vital que prescindió de la es-sentia y decidió olvidarse orgullosamente del cuidado de la misma, solo se ha estado dedicando, tras la II GM, a domesticar y civilizar al ser humano a través de granjas-escuelas. Se ha estado dedicando a convertir al ser humano en un animal de lujo, egoísta y materialista, al tiempo que le sustraía cualquier vestigio de irracional salvajismo.
También Peter Sloterdijk, heredero de la filosofía de Heidegger, ha señalado las falaces premisas conciliadoras de Habermas, obcecado en hacer malabarismos filosóficos por tal de reconciliar la verdad desvelada por Heidegger con la necesidad de civilizarle y seguir apostando por un humanismo en el que cada vez, por cierto, menos gente cree.
De hecho, Jiménez Redondo ya ha advertido desde su cátedra sobre algo que muchos temen en silencio: la constatación del fracaso del humanismo, responsable directo de la crisis de valores que asola Occidente, está propiciando el deseo, cada vez entre más descontentos, de retornar a la provincia heideggeriana.
Quizás ya no haya salvación o, como concluyera Heidegger, quizás solo un Dios puede salvarnos, porque sin Dios ¿Qué nos impide perpetrar un holocausto? ¿Qué nos impide lanzar bombas atómicas al enemigo? ¿Qué nos impide realizar manipulaciones genéticas que transgredan las leyes de la naturaleza? ¿Qué nos impide que nosotros mismos, los animales de lujo en que nos hemos convertido, ejerzamos de soberbios diosecillos?
Mucho ha llovido desde que Heidegger, en su magnífica "Ser y tiempo", nos alertara de la necesidad de preguntarnos por el sentido del ser.
Decía Heidegger que el ser, envuelto en la cotidianidad, se nos había hecho demasiado familiar, hasta el punto de que la época de la Modernidad, con todos sus grandes avances científicos y técnicos, que nos alejaron del mundo natural, provocó su ocultación. La caída del ser provocó el olvido de la cuestión única y más transcendental de la que es responsable (pastor) el Dasein (el ser humano en sí y ahí): la vida.
Si el ser humano no se responsabiliza del ser; de su ser con el mundo, con la naturaleza, con la ecología, de su ser con los demás (relaciones sociales)... ¿Quién lo hará?
Nadie, desde luego.
No hay ningún filósofo y/o pensador que no esté de acuerdo en que solo a nosotros, al género humano, nos compete ser responsables de nuestro destino futuro; nos compete ser celosos guardianes y tener cuidado del ser (del ex-sistere ahí, en el mundo).
Sin embargo, para preguntarnos por el sentido del ser debemos, primero, tener claro cuál es el papel del hombre, cuál es el rol que desempeña el ser humano (Dasein) en su relación con su ex-sistere, con el mundo y sus circunstancias. Dependiendo de la relevancia que le otorguemos al hombre (a la humanidad, en definitiva) podremos justificar sus acciones a través de mayores o menores limitaciones ético-morales.
Llegados a este punto, chocan inevitablemente dos filosofías antagónicas en lo concerniente a decidir o definir qué es el hombre, es decir, definir cuál es la esencia del hombre.
Heidegger reconoce que la humanidad del hombre reside en su esencia (ver carta sobre el humanismo), y por ello le resulta obligado que nos preguntemos: ¿desde dónde y cómo se determina la esencia del hombre? Para poder responder esta cuestión tenemos, primero, que decidir si el hombre es el responsable del ser o tan solo es el ser en sí mismo:
El hombre es el pastor del ser (visión naturalista de Heidegger)
Cuando Heidegger sostiene que el hombre es el pastor del ser, está reconociendo que el hombre es el único capaz de preguntarse por el sentido transcendental (metafísico, místico o religioso) de su existencia. El ser humano es el único ser vivo que, para justificar su existencia, debe positivar la muerte, es decir, es el único ser viviente que, sabiendo que su existencia tendrá un fin, buscara un sentido a su ex-sistere. Según Heidegger, esencia y existencia coexisten y son lo mismo, pues el ser humano, en tanto consciente de que puede preguntarse sobre su ex-sistere también es inevitablemente es-sentia o posibilidad. Concluye Heidegger que la es-sentía, la posibilidad de ser, es descubierta a través del ex-sistere, pero solo si el Dasein (ser humano) pone cuidado en ello, es decir, solo si orienta su vida a preguntarse por el sentido del ser a través de un retorno a la naturaleza y un alejamiento del mundo de la técnica.
El hombre es justificación de sí mismo (visión humanista de Karl Marx)
El marxismo, desde el mismo momento en que se proclama ateo, no tiene más remedio que justificar al hombre a través del propio hombre. El ser humano no tiene por qué poner cuidado en desvelar o desocultar ningún sentido del ser que esté fuera del alcance de la ciencia. Cualquier preocupación metafísica, mística o religiosa, inaccesible al materialismo científico y al empirismo, no son relevantes para el ex-sistere.
Sartre, al sostener que el existencialismo es un humanismo, hace predominar la existencia humana sobre la propia esencia: "L´existence précède l´essence", algo en lo que también estará de acuerdo Heidegger: primero existimos, es decir, somos arrojados desnudos a la realidad (Xavier Zubiri).
Sin embargo, Sartre, el gran justificador del humanismo, entendido éste como una suerte de religión incuestionable que legitima al hombre a través de sí mismo, sostendrá que la es-sentia o tanscendencia de los actos humanos no se dan ni se desvelan tras cuidado o búsqueda de la misma, sino que se construye.
Conclusión: Así pues, decidir desde dónde o cómo se determina la esencia del hombre, será tanto como decidir si el hombre, responsable de sus actos y, por ende, del mundo que le rodea, es un guardián o un creador.
La es-sentia, la posibilidad del ser a través de la cual el ser humano da sentido a su existencia, ¿debe encontrarse o hacerse?
¿La es-sentia ya está entre nos, oculta entre lo cotidiano, o debemos crearla? ¿Debemos conducirnos como pastores que descubren y guardan la esencia del ser, inmersa en la naturaleza, o debemos comportarnos como dioses, creando nuestra es-sentia a través de la ciencia y de la técnica?
Consecuencias o derivas ideológicas de ambos posicionamientos.
La época de la Modernidad, en palabras de Heidegger, supuso una caída u olvido por la cuestión del ser. La ciencia y la técnica empequeñecieron al hombre en la medida que lo alejaron del mundo natural. En realidad, sostenía Heidegger, la esencia del ser ha estado siempre delante de nuestras narices, formando parte de nuestra existencia, pero oculta tras las formas cotidianas de los entes materiales de los que cada vez somos más dependientes. Esclavos, diría yo.
Retornar a la naturaleza, y volver a revalorarizar las cuestiones importantes de la vida (sentido del ser), será lo que salve al hombre del nihilismo existencial, de la angustia de la nada y del miedo a no ser (muerte).
Sin embargo, el humanismo, que erige al hombre en Dios de sí mismo, no pretende vivir en comunión y armonía con su esencia (en la naturaleza), sino que intenta salvar al ser humano a través del alejamiento de éste del mundo natural, que será tanto como alejarle de sus instintos animales más irracionales; será tanto como alejarle de la posibilidad de encontrar y cuidar del sentido de su auténtico ser (llegar a ser uno mismo).
Se podría decir que Heidegger apuesta por una vida provinciana, todavía por civilizar completamente, frente a un humanismo urbanita que apuesta claramente por la vida civilizada a través del conocimiento científico y la técnica.
Heidegger propone que el hombre (homo) siga siendo hombre, pastor del ser en comunión con la naturaleza, y por eso en su "Carta sobre el humanismo" señala las debilidades de aquellas ideologías y/o filosofías empeñadas en convertir al hombre en humano (humanus) despojándole de su esencia primigenia y, por tanto, sumiéndole en el nihilismo existencial de la angustia y la desesperanza.
Heidegger vio que el homo (hombre) transformándose en humanus ("humano, demasiado humano", que diría Nietzsche) se alejaba cada vez más, paradójicamente, de su condición de hombre libre.
Críticas y propuestas para urbanizar la provincia heideggeriana
Uno de los principales críticos de Heidegger es Jürgen Habermas, el cual llegó a escribir aquel célebre "Pensar con Heidegger contra Heidegger". Y es que el sagaz Habermas, ferviente defensor de la socialdemocracia, todavía sigue viendo en el padre de "Ser y Tiempo" a un ideólogo del nacionalsocialismo, aunque no deja de reconocerle sus acertados análisis sobre el ser humano y la existencia. De ahí la necesidad de pensar con Heidegger para preguntar por el sentido del ser, pero contra Heidegger, para rebatir las recetas que éste propuso para superar el nihilismo, hijo de la Modernidad.
Habermas está de acuerdo, como lo está la generalidad de pensadores actuales, que es necesario articular un nuevo humanismo que no subyugue al ser humano y que le permita encontrarse consigo mismo, en completa libertad. Por ello opina que las ideas de Heidegger, sobre el retorno a la naturaleza y la defensa de construir un nuevo mundo espiritual, aunque válidas, son susceptibles de volver a utilizarse para legitimar nuevos fascismos.
En palabras del filósofo español Manuel Jiménez Redondo, Habermas propone urbanizar la provinciana heideggeriana a través de la socialdemocracia, conservando así las bondades de un retorno a la naturaleza y la necesidad de buscarle un sentido a la vida, pero civilizando lo suficiente al animal irracional, que es el hombre, para que no se torne en exceso salvaje (fascista).
Efectivamente, ya pocos pensadores, al menos de probada y excelsa valía, creen en el humanismo marxista, a la postre ideología subyugadora que, a fuer de proclamar defender los derechos y libertades de los hombres, a través del progresivo alejamiento de sus instintos más animales y naturales (proceso de civilización), los domesticaron tanto que acabaron convirtiéndoles en seres cobardes y acomodaticios, o en animales de lujo, como señalaría acertadamente Peter Sloterdijk.
Habermas, como antes hiciera Gadamer con su alternativa democristiana, propone superar lo que de barbarie pudiera quedar en las ideas de Heidegger; propone civilizar la provincia heideggeriana a través de una alternativa socialdemócrata.
Y es que Habermas, no solo critica la propuesta heideggeriana de retorno a la naturaleza, sino también la alternativa demócrata cristiana de Gadamer, por considerar que ésta peca todavía de exceso de verticalidad.
Pero Manuel Jiménez Redondo, gran conocedor y traductor de la obra de Habermas, se ha dado cuenta de que, a día de hoy, ni la socialdemocracia ni el democristianismo han logrado urbanizar satisfactoriamente la provincia heideggeriana. Así lo demuestra la grave crisis actual que padecemos, consecuencia de un errado humanismo que, intentando justificar al hombre a través de sí mismo, le ha alejado de sus referentes místicos y espirituales, sumiéndole en una nihilista crisis de valores.
Dice Jiménez Redondo que las masas, ahora, reclaman una radical democracia, tras ser conscientes del sucedáneo que, de la misma, les estaba proporcionando un humanismo que, para salvar al hombre de sí mismo, lo humanizaba (civilizaba) a través de una pedagogía social que, en el fondo, solo pretendía hacerle creer que era libre, cuando no era sino ganado humano cebado con pienso adoctrinador.
Y es que, el humanismo heredero de Marx, aunque enmendado para poder seguir siendo legitimado por las actuales socialdemocracias y alternativas democristianas, ha fracasado definitivamente al no ser capaz de salvar la agonizante civilización occidental.
Aquella opción vital que prescindió de la es-sentia y decidió olvidarse orgullosamente del cuidado de la misma, solo se ha estado dedicando, tras la II GM, a domesticar y civilizar al ser humano a través de granjas-escuelas. Se ha estado dedicando a convertir al ser humano en un animal de lujo, egoísta y materialista, al tiempo que le sustraía cualquier vestigio de irracional salvajismo.
También Peter Sloterdijk, heredero de la filosofía de Heidegger, ha señalado las falaces premisas conciliadoras de Habermas, obcecado en hacer malabarismos filosóficos por tal de reconciliar la verdad desvelada por Heidegger con la necesidad de civilizarle y seguir apostando por un humanismo en el que cada vez, por cierto, menos gente cree.
De hecho, Jiménez Redondo ya ha advertido desde su cátedra sobre algo que muchos temen en silencio: la constatación del fracaso del humanismo, responsable directo de la crisis de valores que asola Occidente, está propiciando el deseo, cada vez entre más descontentos, de retornar a la provincia heideggeriana.
Quizás ya no haya salvación o, como concluyera Heidegger, quizás solo un Dios puede salvarnos, porque sin Dios ¿Qué nos impide perpetrar un holocausto? ¿Qué nos impide lanzar bombas atómicas al enemigo? ¿Qué nos impide realizar manipulaciones genéticas que transgredan las leyes de la naturaleza? ¿Qué nos impide que nosotros mismos, los animales de lujo en que nos hemos convertido, ejerzamos de soberbios diosecillos?
miércoles, 26 de marzo de 2014
"Narciso y Goldmundo", de Hermann Hesse
"Narciso y Goldmundo" es, en mi parecer, la última obra con la que Hesse cerrará el ciclo de sus meditaciones e introspecciones más íntimas en torno a la dualidad antagónica entre idealismo y vitalismo.
Narciso, el joven intelectual disciplinado, responsable, y sobre todo reflexivo y analítico, será la antítesis del jovial Goldmundo, más vitalista y soñador.
Narciso simbolizará el pensamiento más tradicional de Occidente, muy alemán, caracterizado por una intelectualidad rígida y metodológica; caracterizado por la seriedad y la sobria disciplina, mientras que Goldmundo simbolizará al espíritu libre que ansiará, ante todo, poder llegar a ser él mismo a través de la experiencia y de los sentidos, a través de la creación artística. Goldmundo será, en definitiva, la representación de una nueva opción del ex-sistere, legado del vitalismo alemán más irracional e intuitivo, pero sobre todo heredero de la mística oriental más abierta al mundo de las sensaciones interiores.
En esta obra, Hesse describirá magistralmente dos maneras de afrontar la existencia a través de las vivencias de sus dos personajes principales, aparentemente muy diferentes, pero que encontrarán un nexo de unión y afinidad común merced a la superioridad y excelencia de ambos.
De nuevo encontramos en "Narciso y Goldmundo" el reconocimiento entre iguales que se diera en "Demian" (entre el desorientado Emil y el confiado y seguro Demian), volvemos a encontrarnos con el concepto de docilidad ante lo superior, ante el reconocimiento de un primus inter pares (un primero entre iguales) que en nada desmerece ni desiguala al discípulo del maestro.
Así lo explica Hesse a través de los pensamientos del analítico Narciso:
“Aislado
en su excelencia y superioridad (Narciso) venteó
en seguida en Goldmundo al espíritu afín, aunque semejaba en todo su contrario".
El concepto de docilidad.
Creo necesario, llegados a este punto, una breve reflexión obligada en torno al concepto de docilidad, a menudo tergiversado y malinterpretado por aquellas ideologías tendentes a menospreciar valores de superioridad y excelencia.
Decía Ortega que la docilidad no era lo mismo que la sumisión, pues la primera constituye un acto voluntario de reconocimiento hacia un igual que consideramos mejor que nosotros, mientras que la sumisión significa el obligado reconocimiento de una autoridad no necesariamente mejor que nosotros ni, por supuesto, afín a nuestros espíritus.
Ortega hace suyos y revaloriza los tradicionales valores aristois de origen germánico (nobles y aristocráticos) para anteponerlos a los valores de humildad y resignación herederos del judeocristianismo. La docilidad ante lo mejor supone buscar igualar en torno valores de excelencia, mientras que la indocilidad o rebeldía ante los mejores solo pretende igualar desde la mediocridad.
Hesse, sagazmente y para resaltar mejor las cualidades de excelencia de Narciso, nos explica por medio del Abad Daniel ese afán, tan del gusto de los individuos-masa y de la moral judeocristiana, de menospreciar a los mejores:
“Y, por lo demás, jóvenes eruditos, hago votos
por que nunca os falten superiores menos inteligentes que vosotros; nada hay
mejor contra el orgullo.”
Resulta harto significativo que el Abad Daniel, en su discurso de bienvenida a los nuevos alumnos, no enfatice tanto en la necesidad de ser mejores a través del reconocimiento de un primus inter pares, como en la necesidad de luchar contra el orgullo, es decir, contra la autoconfianza y contra la posibilidad de desarrollar un fuerte ego que pudiera instar a los alumnos a exigirse más de sí mismos.
Pues bien, ante este grave dilema: renegar del orgullo propio o llegar a ser uno mismo, Narciso, el superior y excelente maestro, decidirá negarse a sí mismo y optará por mostrarse sumiso ante sus superiores de inferior valía.
Creo, aunque Hesse no lo aclara explícitamente, que Narciso se sentirá profundamente atraído hacia Goldmundo, precisamente, por ser éste su antítesis. Ambos (Narciso y Goldmundo) son espíritus afines, excelentes y dotados de una gran inteligencia. Cierto, pero Narciso optará por un posicionamiento antivital negándose a sí mismo, resignándose a permanecer en el claustro sin mayores aspiraciones que las de cumplir con su deber. Sin embargo, Goldmundo romperá las cadenas de la sumisión y elegirá el camino difícil (tortuoso y lleno de desventuras) por tal de poder llegar a ser él mismo a través de un apasionante recorrido por la vida.
La envidia igualitaria.
Si hay algo propio e inherente a los rebeldes indóciles es lo que Fernández de la Mora dio en llamar envidia igualitaria, es decir, el insano afán de uniformar hacia la mediocridad, igualando desde lo inferior en vez de aspirar a igualar desde lo mejor y más excelente. La envidia igualitaria es aristófoba por definición, y bien supo verlo Ortega y Gasset cuando señaló que uno de los más graves pecados de España era la aristofobia o el rechazo hacia los mejores.
Como bien señalara Nietzsche en "Más allá del bien y del mal": No basta con tener talento, además hay que pedir vuestro permiso. ¿Eh, amigos?. Y es que, la pedagogía social no solo se afana en crear individuos mediocres, sino que debe cuidar celosamente que no proliferen los individuos excelentes, so pena de ser tildados de vanidosos, soberbios y toda una retahíla de descalificaciones perfectamente urdidas para descalificarlos. Las granjas- escuelas, retomando de nuevo a Sloterdijk, son como esa comunidad educativa dirigida por el Abad Daniel que les deseaba a sus alumnos tener profesores menos inteligentes por tal de curarse del orgullo.
Nuestras granjas-escuelas, pareciera que siguiendo las directrices del mediocre Abad Daniel, siguen empeñadas en su sacrosanta misión de crear ganado humano. Ahí estamos en ello.
Pero también Hesse que, como Narciso, se sabía un espíritu superior, no pudo evitar hacer mención a esa envidia insana que siente el individuo-masa, eterno rebelde indócil, frente a lo mejor y más excelente:
..."al
unirse tan estrechamente (Narciso y Goldmundo), parecía que quisieran aislarse altaneramente, como
aristócratas, de los demás por estimarlos de más bajo metal".
Obsérvese la manifiesta envidia, con una explícita connotación claramente aristofóbica que, según Hesse, sentía el resto de los estudiantes hacia la relación tan singular entre dos espíritus afines; entre dos excelentes iguales.
Llegar a ser uno mismo.
Toda la obra de Hesse constituye una constante búsqueda de sí mismo; una ardua búsqueda introspectiva del autor a través de sus personajes.
El imperativo vital que nos insta a ser, obligándonos primero a conocer cómo somos para, más tarde, instarnos a mejorarnos, es una constante de la historia de la filosofía. Desde el conócete a ti mismo socrático, pasando por el conócete, acéptate, supérate de San Agustín, hasta arribar al llega a ser quien realmente eres de Fichte, ha habido una constante preocupación en el pensamiento occidental por hermanar o conciliar, como se prefiera, al yo con las circunstancias, al Dasein con el mundo, al ser humano con la vida.
Narciso, en un momento dado, le explica a Goldmundo que le ve como una persona muy superior a él, y ello a pesar de no ser una eminencia intelectual:
"Tú no eres un erudito ni un monje; un erudito o
un monje pueden hacerse de una madera inferior."
Narciso reconoce implícitamente la inferioridad de aquellos monjes eruditos que, aunque muy doctos, han negado la vida misma y, como él, han preferido una cómoda reclusión antivital entre muros.
Y cuando Goldmundo le expresa su asombro por que él, persona excelente y de gran inteligencia, pudiera considerarle superior, Narciso razona de la siguiente manera:
"Las naturalezas de tu tipo, los que tienen
sentidos fuertes y finos, los iluminados, los soñadores, poetas, amantes, son,
casi siempre, superiores a nosotros, los hombres de cabeza.
Vuestra raíz es maternal. Vivís de modo pleno,
poseéis la fuerza del amor y de la intuición. Nosotros, los hombres de
intelecto, aunque a menudo parecemos conduciros y regiros, no vivimos
plenamente sino de modo seco y descarnado".
Obsérvese, en esta significativa explicación que Narciso da a Golmundo, la evidente influencia nietzscheana de aquel bello aforismo que decía:
A menudo, tras un excelente erudito encontramos una persona mediocre, y tras un artista mediocre encontramos una persona excelente.
Matriarcado vs patriarcado.
En el reconocimiento de la superioridad de Goldmundo, Narciso hace una importante referencia a la raíz maternal del joven artista y soñador.
Se hace necesario profundizar en esta nueva forma de dualismo que aparece en la obra de Hesse: madre vs padre, donde la madre simboliza la vida y la naturaleza, y el padre, más rígido, representa la intelectualidad. De nuevo vitalismo vs racionalismo, pero con significativas diferencias.
La vida en la naturaleza que busca Goldmundo, fuera de los muros del claustro, no es la vida del aristocrático guerrero, sino, muy al contrario, es la vida en paz y armonía con el entorno; es una apuesta por el amor frente a la guerra; es la búsqueda de la comprensión y el perdón de la madre frente a la autoritaria rigidez del padre.
Así, Goldmundo comenzará a hacer su recorrido vital y dirigirá sus pasos hacia oriente, hacia la comprensiva y espiritual madre, alejándose de un Occidente en exceso rígido y terrenal.
Sin duda, tanto el psicoanálisis como las influencias de la Escuela de Frankfurt (Adorno a la cabeza) influyeron en la visión cripto-budista que, progresivamente, iría desarrollando Hermann Hesse a lo largo de su obra, hasta culminar su "viaje a Oriente" con "El juego de abalorios"; un alegato a la superioridad del espíritu, una nueva "república platónica" gobernada por "sabios" de intachable e impoluta moral donde la contemplación y la meditación constituirían en sí mismas una nueva forma de vida muy inspirada en el misticismo oriental (budismo, taoísmo...).
martes, 25 de marzo de 2014
Actualización de "Más allá del bien y del mal", de Nietzsche
La presente reflexión no perseguirá un análisis exhaustivo de "Más allá del bien y del mal", sino que pretenderá buscar y establecer nexos de unión entre el pensamiento de Nietzsche y el del filósofo Peter Sloterdijk, también alemán y tanto o más provocador que su díscolo predecesor.
Hoy, en mi opinión, Sloterdijk es el digno heredero de aquellos pensadores alemanes que, mirando de reojo la sumisa moral inventada por Sócrates y Platón, todavía recuerdan con nostalgia a Heráclito y su reivindicación de lo más excelente y selecto: "Uno solo es para mí como miles, si es el mejor".
Antes, pero, creo necesario reivindicar la importancia, vital (nunca mejor dicho), del pensamiento alemán para el mundo occidental. Si bien es cierto que Descartes supuso un importante punto de inflexión para superar racionalmente la filosofía escolástica, y los utilitaristas y pragmáticos filósofos anglosajones establecieron las bases del liberalismo, los pensadores alemanes, desde Kant y Hegel, se han preocupado por las más importantes y relevantes cuestiones: la vida y el ser.
Toda la escuela de Madrid, con Ortega y Gasset como indiscutible maestro, fue heredera del pensamiento alemán, desde el primigenio idealismo kantiano, pasando por Fichte, el vitalismo de Nietzsche y la fenomenología de Husserl (austríaco) hasta llegar al magnífico y brillante Martin Heidegger.
Ortega fue, de hecho, quien, tras una fructífera formación en Alemania, asimilaría y haría suyo el pensamiento de los grandes filósofos alemanes, hasta llegar a elaborar su síntesis conciliadora entre idealismo y vitalismo, entre razón y vida, creando lo que dio en llamar raciovitalismo: razón vital.
Volviendo a Nietzsche, es justo reconocerle que fue el primer filósofo importante en interesarse por la vida (la única verdad radical en el parecer de Ortega). Nietzsche, a través de sus aforismos, y sin llegar a articular un sistema filosófico completo, como hiciera más tarde Heidegger, fue el filósofo de las finas intuiciones, el loco capaz de ver más allá de lo que veían los demás; fue visionario y profeta más que filósofo, antes creador y místico que sesudo pensador ebrio de racionalismo.
En "Más allá del bien y del mal" podemos hallar semillas, pistas y directrices que habrían de llevar a los pensadores posteriores a reflexionar y analizar el transgresor pensamiento intuitivo de Nietzsche para validarlo y legitimarlo a través de racionales metodologías.
Selección de aforismos
- El filósofo hará servir las religiones para su tarea de selección y educación.
- Querer el conocimiento por el conocimiento. Última trampa de la moral.
- No hay fenómenos morales, sino solo una interpretación moral de los fenómenos.
- A menudo, tras un excelente erudito encontramos una persona mediocre, y tras un artista mediocre encontramos una persona excelente.
- Consejo como enigma: si el nudo no se debe deshacer, más vale que lo muerdas.
- No es suficiente tener un talento: también debemos tener vuestro permiso. ¿Eh, amigos?
- Toda moral tiene un punto de tiranía contra la naturaleza. Se basa en el obedecer.
- Sócrates, el padre de la moral utilitarista: el malo solo lo es por error, ya que se hace daño a si mismo. Si aprende a no hacerse daño se vuelve bueno.
- Sócrates se situó, instado por su talento, al lado de la razón y la verdad, y se dedicó a burlarse de la incapacidad de los nobles atenienses que, como nobles, eran instintivos y no podían dar razones suficientes del fundamento de su conducta.
- Todas las morales que se dirigen al individuo para proporcionarles la felicidad son propuestas de represión contra sus pasiones y sus tendencias (buenas o malas). Son una negación del mundo.
- Desde que ha habido seres humanos ha habido ganados humanos (asociaciones, comunidades, Estados, Iglesia...).
Comentarios
He subrayado en negrita lo que considero ideas y conceptos claves para entender el pensamiento intuitivo de Nietzsche; un pensamiento que muchos han tildado de irracional por parecerles, es de suponer, alejado de los dictados de la razón.
Sin embargo, yo creo, como Xavier Zubiri (discípulo de Ortega e integrante de la Escuela de Madrid) que el ser humano es intrínsecamente racional, ergo todas las vías que éste ha creado para hallar la verdad o justificar moralmente sus actos son, necesaria e inevitablemente, racionales. Tan racionales serán las vías científicas como las vías religiosas o místicas, pues todas ellas, al cabo, son producto de la razón humana.
Cuando Peter Sloterdijk afirma, hoy, que el ser humano es ganado cebado en granjas-escuelas, está recuperando a Nietzsche y, al tiempo, obligándose a argumentar, justificar y legitimar a través de metodología racional, lo que en palabras de Nietzsche parecía tan solo intuitiva irracionalidad.
Para muchos cada vez está más claro que las granjas-escuela son una realidad; cada vez está más claro que el sistema educativo tan solo pretende criar ganado sumiso y dócil, desde la mediocridad y proporcionando a las jóvenes crías el pienso o soma necesario para hacerles la vida más fácil y llevadera; para alejarles del sufrimiento y de las dificultades; para alejarles, en definitiva, de la vida misma.
Nietzsche afirmó que las religiones eran las encargadas de realizar tareas de selección y educación y, efectivamente, antes las religiones tenían como funciones principales las de garantizar la estabilidad y perdurabilidad de un statu quo diseñado por y para las élites, las cuales solo pretendían dominar y controlar el mundo.
Pero Sloterdijk sostiene que las granjas-escuela cumplieron tan bien con su cometido que, dándose cuenta de que cada vez resultaba más difícil cebar ganado humano con mentiras religiosas, se reinventaron y adaptaron a los nuevos tiempos: la tarea habría de ser la misma, es decir, seguir criando ganado susceptible de ser controlado y manipulado, pero a través de nuevas verdades. Y es que, descubiertas las tretas de los supremacismos religiosos (cristianismo, judaísmo e islamismo) los gestores del mundo dieron forma a nuevos supremacismos ideológicos; inventaron nuevas religiones laicas y convirtieron a los Estados en dioses todopoderosos.
Resulta cómico, cuando no desesperanzador, ver a los nuevos fieles y adoradores del Dios-Estado arremeter contra las religiones. Ahora, los nuevos predicadores de la verdad llevan "El Capital" bajo el brazo, a modo de irrefutable Biblia, y cuales predicadores de antaño señalan a los herejes e incrédulos con celoso dogmatismo arremetedor: ¡Facha, neoliberal!, vociferan los nuevos sacerdotes, endiosados y ebrios de cegadora fe, desde los diferentes púlpitos que administraciones y organismos públicos les proporcionan.
Y ahora, como antes, no basta con tener talento; no basta con ser un crítico librepensador, sino que, como bien señalara Nietzsche en su profético "Más allá del bien y del mal", hay que tener permiso o licencia para poder dar fe de ello. Siguen siendo necesarias las bulas administrativas, que no papales, para der crédito y legitimar a los mejores.
Por supuesto, serán los nuevos guardianes de la fe y de la verdad quienes decidan quiénes son los mejores, que no serán otros que quienes mejor hayan digerido y asimilado el pienso adoctrinador recibido en las granjas-escuelas de turno.
Frente a tan magnífico entramado manipulador, creador incluso de voluntades populares, poco puede hacer el individuo aislado, salvo, como bien señala Nietzsche de nuevo, no caer en la antigua trampa del nudo gordiano: no debemos obcecarnos en deshacer un nudo perfectamente diseñado para permanecer anudado ad aeternum, sino que hay que morderlo, romperlo en definitiva, como hiciera Alejandro Magno, como hacen todos aquellos que se niegan a seguir subsistiendo a base de consumir pienso adoctrinador y negador de voluntades.
¿Tarea difícil?
Por supuesto, en tanto que ser libre y romper nudos gordianos requiere voluntad, trabajo y sacrificio; precisa esfuerzo para poder llegar a ser uno mismo a través de constante aprendizaje y ardua búsqueda de conocimiento. Por algo las granjas-escuelas se esfuerzan, precisamente, en negarnos la excelencia; necesitan seguir manteniéndonos en la mediocridad; necesitan engañarnos con nuevos dioses y nuevas religiones, llamémosles "democracias" (pervertidas las más), o asociaciones "anti" que solo pueden justificarse (legitimar su razón de ser) en tanto niegan otras razones de ser ya existentes; llamémosles Estados paternalistas y manipuladores que nos dictan cómo tenemos que ser, que nos condicionan desde la cuna, a través de granjas-escuelas y medios de comunicación a su alcance, para adoctrinarnos y decirnos quiénes tenemos que ser.
lunes, 24 de marzo de 2014
Hermann Hesse a través de su obra.
Toda la obra de Hermann Hesse es una búsqueda incesante del propio autor por conocerse a sí mismo. Los protagonistas de sus libros, las más de las veces, son personajes angustiados y atormentados que sienten la imperiosa necesidad de llegar a ser ellos mismos a través de la superación de adversas circunstancias vitales. A través de sus personajes, Hesse realiza un minucioso ejercicio de introspección analítica (psicoanálisis) para exorcizar sus propias angustias, pero también para vencer a los demonios que le instaron al suicidio y le sumieron en la desesperación existencial a lo largo de toda su vida.
Afrontando el suicidio.
Las primeras obras de Hesse están protagonizadas por jóvenes que sufren y que se sienten frustrados e impotentes para afrontar la existencia. Son jóvenes inexpertos que sienten que no son dueños de sus destinos; que sienten la vida como una grave carga impuesta por sus mayores. Estos jóvenes sufridores, lejos de sentirse libres, se sienten subyugados y oprimidos; se sienten rehenes de una realidad que no pueden ni saben manejar. Así, como estos jóvenes que terminaban deprimiéndose y perdiendo las ganas de vivir, se sintió seguramente Hesse en su juventud. Y como ellos, probablemente, también Hesse llegó a fantasear con ideas de suicidio.
Hesse decidió en "Bajo las Ruedas", a través de una dura catarsis sin concesiones a la vida, que el destino del joven y atormentado Hans no podía ser otro mas que el de poner fin a su vida a través del suicidio. Así, a través de la autoinmolación literaria de su personaje en la ficción, Hesse escenificó y vivió su propio suicidio. La catarsis realizada en "Bajo las Ruedas" funcionó, y la muerte simbólica del atormentado Hesse le posibilitó la reencarnación en otro ente de ficción que tendría más fortuna que el desgraciado Hans.
En "Demian" Hesse se reencarna y se mete en la piel del joven Emil Sinclair. De hecho, el propio Hesse firmó la novela utilizando como seudónimo el nombre del desorientado protagonista.
En esta ocasión, el sufridor Emil no llegará a los extremos de desesperación que llegara Hans, el alter ego de Hesse en "Bajo las Ruedas", porque Emil encontrará la salvación a través de la amistad.
"Demian" será la primera novela redentora o salvadora que le permitirá a Hesse apostar por la vida, y en lo sucesivo sus protagonistas crecerán y aprenderán a superar las adversidades a través de diferentes vías.
Si en "Demian" el protagonista se salva a través de la vía de la amistad, en el "El Lobo Estepario" el atormentado Harry Haller (mismas iniciales que Hermann Hesse) escapará del sentimiento trágico de vivir a través del amor.
El solitario y antisocial Harry ya no es un joven, como tampoco lo era por entonces, en el momento de escribir la novela, el propio Hesse. Transcurren 22 años desde que en "Bajo las Ruedas", Hesse decidiera que el suicidio era la única solución para las almas atormentadas. En "El Lobo Estepario" el protagonista sigue siendo un sufridor impenitente e irredento; sigue siendo un firme candidato al suicidio, pero en esta ocasión será una mujer quien le enseñará al protagonista a vivir.
En "Demian", el joven protagonista necesitó un primus inter pares, precisó reconocerse y autoafirmar su propia identidad a través de una figura modelo; a través de un igual, pero de mayor autoridad moral y/o intelectual.
En "El Lobo Estepario" Harry, sin embargo, no se salvará a través de un guía espiritual docto y ejemplar, sino a través de una guía vitalista y alegre: la bailarina Hermine.
Con "El Lobo Estepario" se cierra un ciclo, y termina el recorrido literario que precisó Hesse para aprender a afrontar la existencia a través de guías espirituales y/o vitales. Hesse ya había descubierto, de la mano de sus personajes, que la amistad y el amor eran dos formidables salvavidas para afrontar el drama de vivir.
Viajes iniciáticos.
"Narciso y Goldmundo" supone, precisamente, la síntesis entre las dos tesis u opciones redentoras que Hesse había descubierto para sanar el alma y afrontar la existencia: el recogimiento espiritual y/o intelectual ("Demian") y la experiencia vital ("El Lobo Estepario").
Ahora será Narciso la figura ejemplar y modelo que otrora desempeñara Demian; será el referente espiritual e intelectual, mientras que Goldmundo reencarnará a la parte más femenina y vital, como hiciera Hermine en "El Lobo Estepario".
Hesse pasa ahora de ser aprendiz a convertirse en experimentador, mal que sea a través de sus personajes de ficción. Si sus primeros personajes, alter egos de sí mismo, necesitaron referentes o guías espirituales y vitales para encontrar su salvación, ahora Hesse, ya convertido en maestro, desempeñará un magnífico juego de roles, siendo a un tiempo Narciso y Goldmundo.
Con "Narciso y Goldmundo", en mi opinión, Hesse llega a un sumum grado de empatía y conocimiento del alma humana que le permite, magistralmente además, reencarnarse en dos perfiles humanos aparentemente antagónicos y muy distintos entre sí, pero que por fuerza se complementan y han de encontrar la conciliación (síntesis). Dos opciones vitales perfectamente válidas, dos caminos de vida y, sin embargo, el mismo drama ante la existencia, la misma necesidad de luchar para poder ser.
La complejidad de Narciso y Goldmundo requerirá un análisis de reflexión más profundo (ver aquí).
Y por último, resulta obligado mencionar "Viaje a Oriente", el último viaje iniciático que realizará Hesse a través de sus novelas, si bien ya en "Siddharta", anterior a "El Lobo Estepario", se adivinaba el interés de Hesse por la mística oriental.
Si "Narciso y Goldmundo" supone un analítico recorrido a través del dualismo filosófico occidental (idealismo vs vitalismo), reflejando dos maneras de poder conocernos a nosotros mismos y de llegar a ser quienes realmente somos, ahora en "Viaje a Oriente", el autor ensayará un último viaje iniciático al interior de su propio yo; ensayará el recorrido a través de una novedosa vía mística muy influenciada por la cultura oriental, pero que en 1932 todavía era una gran desconocida para la generalidad de Occidente.
Afrontando el suicidio.
Las primeras obras de Hesse están protagonizadas por jóvenes que sufren y que se sienten frustrados e impotentes para afrontar la existencia. Son jóvenes inexpertos que sienten que no son dueños de sus destinos; que sienten la vida como una grave carga impuesta por sus mayores. Estos jóvenes sufridores, lejos de sentirse libres, se sienten subyugados y oprimidos; se sienten rehenes de una realidad que no pueden ni saben manejar. Así, como estos jóvenes que terminaban deprimiéndose y perdiendo las ganas de vivir, se sintió seguramente Hesse en su juventud. Y como ellos, probablemente, también Hesse llegó a fantasear con ideas de suicidio.
Hesse decidió en "Bajo las Ruedas", a través de una dura catarsis sin concesiones a la vida, que el destino del joven y atormentado Hans no podía ser otro mas que el de poner fin a su vida a través del suicidio. Así, a través de la autoinmolación literaria de su personaje en la ficción, Hesse escenificó y vivió su propio suicidio. La catarsis realizada en "Bajo las Ruedas" funcionó, y la muerte simbólica del atormentado Hesse le posibilitó la reencarnación en otro ente de ficción que tendría más fortuna que el desgraciado Hans.
En "Demian" Hesse se reencarna y se mete en la piel del joven Emil Sinclair. De hecho, el propio Hesse firmó la novela utilizando como seudónimo el nombre del desorientado protagonista.
En esta ocasión, el sufridor Emil no llegará a los extremos de desesperación que llegara Hans, el alter ego de Hesse en "Bajo las Ruedas", porque Emil encontrará la salvación a través de la amistad.
"Demian" será la primera novela redentora o salvadora que le permitirá a Hesse apostar por la vida, y en lo sucesivo sus protagonistas crecerán y aprenderán a superar las adversidades a través de diferentes vías.
Si en "Demian" el protagonista se salva a través de la vía de la amistad, en el "El Lobo Estepario" el atormentado Harry Haller (mismas iniciales que Hermann Hesse) escapará del sentimiento trágico de vivir a través del amor.
El solitario y antisocial Harry ya no es un joven, como tampoco lo era por entonces, en el momento de escribir la novela, el propio Hesse. Transcurren 22 años desde que en "Bajo las Ruedas", Hesse decidiera que el suicidio era la única solución para las almas atormentadas. En "El Lobo Estepario" el protagonista sigue siendo un sufridor impenitente e irredento; sigue siendo un firme candidato al suicidio, pero en esta ocasión será una mujer quien le enseñará al protagonista a vivir.
En "Demian", el joven protagonista necesitó un primus inter pares, precisó reconocerse y autoafirmar su propia identidad a través de una figura modelo; a través de un igual, pero de mayor autoridad moral y/o intelectual.
En "El Lobo Estepario" Harry, sin embargo, no se salvará a través de un guía espiritual docto y ejemplar, sino a través de una guía vitalista y alegre: la bailarina Hermine.
Con "El Lobo Estepario" se cierra un ciclo, y termina el recorrido literario que precisó Hesse para aprender a afrontar la existencia a través de guías espirituales y/o vitales. Hesse ya había descubierto, de la mano de sus personajes, que la amistad y el amor eran dos formidables salvavidas para afrontar el drama de vivir.
Viajes iniciáticos.
"Narciso y Goldmundo" supone, precisamente, la síntesis entre las dos tesis u opciones redentoras que Hesse había descubierto para sanar el alma y afrontar la existencia: el recogimiento espiritual y/o intelectual ("Demian") y la experiencia vital ("El Lobo Estepario").
Ahora será Narciso la figura ejemplar y modelo que otrora desempeñara Demian; será el referente espiritual e intelectual, mientras que Goldmundo reencarnará a la parte más femenina y vital, como hiciera Hermine en "El Lobo Estepario".
Hesse pasa ahora de ser aprendiz a convertirse en experimentador, mal que sea a través de sus personajes de ficción. Si sus primeros personajes, alter egos de sí mismo, necesitaron referentes o guías espirituales y vitales para encontrar su salvación, ahora Hesse, ya convertido en maestro, desempeñará un magnífico juego de roles, siendo a un tiempo Narciso y Goldmundo.
Con "Narciso y Goldmundo", en mi opinión, Hesse llega a un sumum grado de empatía y conocimiento del alma humana que le permite, magistralmente además, reencarnarse en dos perfiles humanos aparentemente antagónicos y muy distintos entre sí, pero que por fuerza se complementan y han de encontrar la conciliación (síntesis). Dos opciones vitales perfectamente válidas, dos caminos de vida y, sin embargo, el mismo drama ante la existencia, la misma necesidad de luchar para poder ser.
La complejidad de Narciso y Goldmundo requerirá un análisis de reflexión más profundo (ver aquí).
Y por último, resulta obligado mencionar "Viaje a Oriente", el último viaje iniciático que realizará Hesse a través de sus novelas, si bien ya en "Siddharta", anterior a "El Lobo Estepario", se adivinaba el interés de Hesse por la mística oriental.
Si "Narciso y Goldmundo" supone un analítico recorrido a través del dualismo filosófico occidental (idealismo vs vitalismo), reflejando dos maneras de poder conocernos a nosotros mismos y de llegar a ser quienes realmente somos, ahora en "Viaje a Oriente", el autor ensayará un último viaje iniciático al interior de su propio yo; ensayará el recorrido a través de una novedosa vía mística muy influenciada por la cultura oriental, pero que en 1932 todavía era una gran desconocida para la generalidad de Occidente.
domingo, 23 de marzo de 2014
Análisis crítico del liberalismo.
Harto estoy de tener que leer, cuando no de rebatir, las argumentaciones falaces de multitud de individuos (seguidores de dogmáticas ideologías) empeñados en culpabilizar al liberalismo de todos los males de la humanidad.
Sorprende, entre el exceso de mentiras y errores que abundan al respecto, que todavía muchos ilusos sigan creyendo firmemente que el gobierno del PP sea liberal o neoliberal. ¿Qué?
Supongo que semejante visión pervertida de la realidad es fruto del error, frecuente sin duda, consistente en igualar liberalismo y capitalismo.
Si bien es cierto que el capitalismo (sistema económico) fue hijo, bastardo en mi parecer, del liberalismo filosófico primigenio, no es menos cierto que poco tuvo que ver la deriva inmoral que tomó el capitalismo con las ideas sobre ética y moral de Stuart Mill, John Locke, e incluso con las del tan denostado Adam Smith.
Entendiendo esta clara y obligada diferencia entre liberalismo y capitalismo, se puede entender la deriva inmoral del gobierno del PP: un gobierno que legisla por y para seguir manteniendo vivo un ignominioso sistema capitalista, a favor de las grandes fortunas, de la Banca y de los grandes oligopolios energéticos, y que, sin embargo, no defiende las libertades individuales, pilar fundamental de un verdadero sistema liberal. De hecho, sobre la defensa de las libertades individuales, cabe esperarse tanto del PP como del PSOE, o de esa otra izquierda, todavía más uniformadora y negadora de las libertades individuales, que antepone los dictados de un Estado omnipresente y todopoderoso al libre albedrío de los ciudadanos.
Liberalismo y capitalismo.
¿Qué ha sucedido para que se confunda o se iguale el liberalismo con el capitalismo?
Muy sencillo, ha sucedido lo mismo que le pasó a Marx con el comunismo, pues si el marxismo fue el padre del comunismo, no es menos cierto que el comunismo, en su devenir a lo largo de la historia, poco acabó teniendo que ver con la ética y la moral marxista. ¿O me diréis que no tengo razón?
La pérdida de referentes éticos y morales es la causa principal que explica las perversiones que a lo largo de la historia sufren la generalidad de las ideologías. Y es que, cuando una ideología, cualquiera, deja de aspirar a tener como referente ético una moral universal, tiende a convertirse en una justificación particularista de sí misma; entra, así, en una dinámica del todo vale, es decir, pierde su legitimidad moral en aras de reforzar su particular legitimación instrumental: cualquier medio es válido para arribar al fin.
El capitalismo, al olvidar los referentes éticos y morales de sus padres liberales, se olvidó, de facto, de que su verdadera razón de ser no era otra que la de permitir que los seres humanos pudieran desempeñar sus proyectos de vida libremente; siendo libres para crear, para producir, para comprar y para vender bienes, para tener propiedades... pero sin por ello tener que convertir a otros seres humanos en medios sacrificables por tal de mejor servir sus intereses.
El grave error del capitalismo, decepción de sus padres liberales, fue obcecarse en olvidarse de sus referentes espirituales, humanos al cabo, para acabar abrazando becerros de oro desde una visón deshumanizada, y por tanto inmoral, de la vida.
Críticos del liberalismo.
Siendo honestos, hay que reconocer que cuando Marx y Engels reivindicaron la dignidad de todos los seres humanos, a través de su "Manifiesto Comunista", no atacaron tanto al liberalismo como al sistema capitalista.
Sin embargo, la articulación de la nueva ideología marxista, que pretendía legitimarse como la vía más justa para alcanzar la sociedad perfecta (la utópica comunidad socialista), necesitaba construirse sobre los cimientos de su antecesora; necesitaba negar las bondades del liberalismo, que en verdad eran muchas, por tal de mejor justificar una nueva visión o interpretación de la vida. Fue necesaria una deconstrucción de la filosofía liberal para reinterpretarla y acomodarla a una nueva verdad; fue necesario juzgar al liberalismo a través de los pecados de su hijo bastardo, el capitalismo, para proclamar una ideología más justa: el socialismo utópico.
No es cuestión, llegados a este punto, de volver a señalar las falacias del marxismo; ni es momento de volver a incidir en la clara intención del mismo de transmutar valores (ver "Análisis Crítico del Manifiesto Comunista"), pero sí creo necesario reflexionar brevemente sobre las críticas que de la filosofía liberal harían más tarde los hijos rebeldes del marxismo: fascismo, nacionalsocialismo y falangismo.
Fascismo y nacionalsocialismo.
No es mi intención, en este breve análisis crítico sobre el liberalismo, ahondar en el conocimiento de las ideologías fascistas y nacionalsocialistas, pero las traigo a colación porque ambos suprematismos ideológicos fueron herederos del marxismo; fueron los hijos rebeldes que, asumiendo la verdad marxista de que era necesario articular sociedades más justas que fueran respetuosas con la dignidad humana, no comulgaron, sin embargo, con la aspiración internacionalista del marxismo.
Mussolini, que fue un ferviente socialista en su juventud, seguramente había leído con atención "El Manifiesto Comunista". Y, como otros muchos intelectuales de la época, Mussolini creyó una obligación moral rescatar al ser humano (la clase proletaria) de la esclavitud a la que le sometía el deshumanizado sistema capitalista. Pero Mussolini, como Hitler seguramente, también había leído a Nietzsche, y por ello, no pudo por menos que ver en el "Manifiesto Comunista", además de una reivindicación justa, una negación interesada de los valores burgueses por tal de mejor legitimar nuevos valores socialistas: vio una clara transmutación de valores, una interesada deconstrucción de la realidad para mejor poder legitimar la consecución de otra realidad utópica.
Fascismo y nacionalsocialismo fueron reacciones justas y creativas ante el afán impositor del marxismo, el cual, sin ningún rubor, y tras demostrar que las verdades eran relativas, no tuvo empacho alguno en sostener una incuestionable verdad absoluta: el fin último de la historia habría de ser la consecución del socialismo. ¿Grave incongruencia teórica o cínico ejercicio de hipocresía?
Pero es que, además, ni el fascismo italiano ni el nacionalsocialismo alemán quisieron permitir que la razón de ser de sus respectivas identidades histórico-culturales fuesen negadas por una falaz aspiración a un nuevo universalismo, ahora socialista, que no cristiano; no creyeron en la nueva promesa de felicidad universal (en la Tierra, que no en los cielos) que salvaría a los parias y oprimidos (proletarios) de los malvados burgueses (otrora gentiles). Nada nuevo bajo el Sol. Fascistas y nazis fueron los nuevos fariseos que no creyeron en el mesías Marx ni en el advenimiento de una nueva verdad socialista. Italianos y alemanes tomaron del marxismo lo que de bueno y justo hallaron en él, pero salvaguardando, al tiempo, sus respectivas razones de ser (justificaciones históricas de sus respectivas naciones).
Tampoco toca ahora señalar los errores y demás perversiones, cuando no inmoralidades, de las que fueron responsables las ideologías fascistas y nacionalsocialistas. Baste tan solo mencionar, como dato importante, que ambas ideologías, en extremo celosas de sus respectivas verdades, también hallaron en el liberalismo un enemigo común al que combatir.
Nacionalsindicalismo.
El mismo José Antonio jamás tuvo reparo alguno en reconocer las bondades del marxismo; supo de la obligación moral de preservar la dignidad humana y deseaba que al pueblo no se le negase ni el pan ni la justicia.
Algunos estudiosos del nacionalsindicalismo, tras leer "la Revolución del Nacionalsindicalismo" de José Luis Arrese, han apreciado claras influencias de "El Capital", sobre todo en lo concerniente a las preocupaciones falangistas por dignificar la vida de los trabajadores mediante un reparto más justo de las plusvalías:
“...hagamos un sistema (…) no de clases, no de capitalistas ni de proletarios, sino de productores.,[…] en el que el capital sea una fuente de producción, pero no de lucro; en el que patronos, técnicos y obreros sean, en proporción al esfuerzo de cada uno, los únicos copartícipes del beneficio producido, sin odios, sin clases, y habremos hecho la verdadera revolución social”.
Las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalistas) fueron, de hecho, el movimiento que más ideología marxista asimiló y, más tarde, reinterpretó de acuerdo a la necesidad de preservar dos pilares fundamentales negados por el marxismo: el concepto de nación y el catolicismo.
España, así, creaba y articulaba sus propias defensas ideológicas frente a un marxismo que se erigía en paladín del internacionalismo y del ateísmo.
Desde mi humilde punto de vista, la comunión entre FE (Falange Española) y JONS fue un acto contranatura, quizás instado por las difíciles circunstancias del momento y por la necesidad de hacer frente común a las ideologías deconstructivistas (negadoras) del momento, que pretendían transmutar los valores tradicionales por otros: socialistas, comunistas y anarquistas.
José Antonio, líder carismático de FE, siempre se me ha antojado el perfecto caballero-poeta prototipo del ideal romántico; porte aristocrático y noble, leal con sus amigos y capaz de ver a la persona muy por encima de prejuicios ideológicos. Entre las amistades de José Antonio se encontraban personalidades tan dispares como las de Indalecio Prieto (socialista) y García Lorca (poeta).
Mucho se podría debatir sobre la injusticia histórica que, leyes revanchistas de memoria histórica mediante, ha distorsionado la imagen de José Antonio y la de otros muchos falangistas, pero no seré yo quien lo haga. Y no lo haré porque no toca, pero también porque sería como predicar en desiertos yermos de espíritu conocedor. ¿A quién le puede importar que los hermanos Rosales, ilustres falangistas, intentaran por todos los medios salvar la vida de García Lorca? ¿A quién le puede interesar, hoy, saber que muchos intelectuales del falangismo, Arrese entre ellos, disintieran del régimen franquista? ¿A quiénes les importa la verdad tanto como para instarse a leer, estudiar, cuestionar y someter a análisis críticos las verdades impuestas por las realidades sociales de cada momento?
Y, sin embargo, José Antonio también pecó. Y pecó a la manera de socialistas y comunistas; pecó como fascistas y nacionalsocialistas; pecó como muchos intelectuales, a derecha e izquierda, siguen pecando ahora: culpando al liberalismo de todos los males de la humanidad.
Cuando José Antonio pronunció su famoso discurso del acto fundacional de FE, en el teatro de la Comedia de Madrid, no pudo evitar recurrir al mismo argumento falaz que el comunismo heredero de Marx. Y José Antonio perdió su bonhomía al arremeter contra Jacobo, permitiéndose la licencia de criticar a Jean-Jacques Rousseau, precisamente, por considerarle uno de los padres del liberalismo.
Y José Antonio pecó más gravemente que fascistas y nacionalsocialistas, porque él mismo, sin ser consciente de ello, fue un perfecto ejemplo de persona liberal que devino otra cosa por imperativo de graves circunstancias históricas.
Sorprende, entre el exceso de mentiras y errores que abundan al respecto, que todavía muchos ilusos sigan creyendo firmemente que el gobierno del PP sea liberal o neoliberal. ¿Qué?
Supongo que semejante visión pervertida de la realidad es fruto del error, frecuente sin duda, consistente en igualar liberalismo y capitalismo.
Si bien es cierto que el capitalismo (sistema económico) fue hijo, bastardo en mi parecer, del liberalismo filosófico primigenio, no es menos cierto que poco tuvo que ver la deriva inmoral que tomó el capitalismo con las ideas sobre ética y moral de Stuart Mill, John Locke, e incluso con las del tan denostado Adam Smith.
Entendiendo esta clara y obligada diferencia entre liberalismo y capitalismo, se puede entender la deriva inmoral del gobierno del PP: un gobierno que legisla por y para seguir manteniendo vivo un ignominioso sistema capitalista, a favor de las grandes fortunas, de la Banca y de los grandes oligopolios energéticos, y que, sin embargo, no defiende las libertades individuales, pilar fundamental de un verdadero sistema liberal. De hecho, sobre la defensa de las libertades individuales, cabe esperarse tanto del PP como del PSOE, o de esa otra izquierda, todavía más uniformadora y negadora de las libertades individuales, que antepone los dictados de un Estado omnipresente y todopoderoso al libre albedrío de los ciudadanos.
Liberalismo y capitalismo.
¿Qué ha sucedido para que se confunda o se iguale el liberalismo con el capitalismo?
Muy sencillo, ha sucedido lo mismo que le pasó a Marx con el comunismo, pues si el marxismo fue el padre del comunismo, no es menos cierto que el comunismo, en su devenir a lo largo de la historia, poco acabó teniendo que ver con la ética y la moral marxista. ¿O me diréis que no tengo razón?
La pérdida de referentes éticos y morales es la causa principal que explica las perversiones que a lo largo de la historia sufren la generalidad de las ideologías. Y es que, cuando una ideología, cualquiera, deja de aspirar a tener como referente ético una moral universal, tiende a convertirse en una justificación particularista de sí misma; entra, así, en una dinámica del todo vale, es decir, pierde su legitimidad moral en aras de reforzar su particular legitimación instrumental: cualquier medio es válido para arribar al fin.
El capitalismo, al olvidar los referentes éticos y morales de sus padres liberales, se olvidó, de facto, de que su verdadera razón de ser no era otra que la de permitir que los seres humanos pudieran desempeñar sus proyectos de vida libremente; siendo libres para crear, para producir, para comprar y para vender bienes, para tener propiedades... pero sin por ello tener que convertir a otros seres humanos en medios sacrificables por tal de mejor servir sus intereses.
El grave error del capitalismo, decepción de sus padres liberales, fue obcecarse en olvidarse de sus referentes espirituales, humanos al cabo, para acabar abrazando becerros de oro desde una visón deshumanizada, y por tanto inmoral, de la vida.
Críticos del liberalismo.
Siendo honestos, hay que reconocer que cuando Marx y Engels reivindicaron la dignidad de todos los seres humanos, a través de su "Manifiesto Comunista", no atacaron tanto al liberalismo como al sistema capitalista.
Sin embargo, la articulación de la nueva ideología marxista, que pretendía legitimarse como la vía más justa para alcanzar la sociedad perfecta (la utópica comunidad socialista), necesitaba construirse sobre los cimientos de su antecesora; necesitaba negar las bondades del liberalismo, que en verdad eran muchas, por tal de mejor justificar una nueva visión o interpretación de la vida. Fue necesaria una deconstrucción de la filosofía liberal para reinterpretarla y acomodarla a una nueva verdad; fue necesario juzgar al liberalismo a través de los pecados de su hijo bastardo, el capitalismo, para proclamar una ideología más justa: el socialismo utópico.
No es cuestión, llegados a este punto, de volver a señalar las falacias del marxismo; ni es momento de volver a incidir en la clara intención del mismo de transmutar valores (ver "Análisis Crítico del Manifiesto Comunista"), pero sí creo necesario reflexionar brevemente sobre las críticas que de la filosofía liberal harían más tarde los hijos rebeldes del marxismo: fascismo, nacionalsocialismo y falangismo.
Fascismo y nacionalsocialismo.
No es mi intención, en este breve análisis crítico sobre el liberalismo, ahondar en el conocimiento de las ideologías fascistas y nacionalsocialistas, pero las traigo a colación porque ambos suprematismos ideológicos fueron herederos del marxismo; fueron los hijos rebeldes que, asumiendo la verdad marxista de que era necesario articular sociedades más justas que fueran respetuosas con la dignidad humana, no comulgaron, sin embargo, con la aspiración internacionalista del marxismo.
Mussolini, que fue un ferviente socialista en su juventud, seguramente había leído con atención "El Manifiesto Comunista". Y, como otros muchos intelectuales de la época, Mussolini creyó una obligación moral rescatar al ser humano (la clase proletaria) de la esclavitud a la que le sometía el deshumanizado sistema capitalista. Pero Mussolini, como Hitler seguramente, también había leído a Nietzsche, y por ello, no pudo por menos que ver en el "Manifiesto Comunista", además de una reivindicación justa, una negación interesada de los valores burgueses por tal de mejor legitimar nuevos valores socialistas: vio una clara transmutación de valores, una interesada deconstrucción de la realidad para mejor poder legitimar la consecución de otra realidad utópica.
Fascismo y nacionalsocialismo fueron reacciones justas y creativas ante el afán impositor del marxismo, el cual, sin ningún rubor, y tras demostrar que las verdades eran relativas, no tuvo empacho alguno en sostener una incuestionable verdad absoluta: el fin último de la historia habría de ser la consecución del socialismo. ¿Grave incongruencia teórica o cínico ejercicio de hipocresía?
Pero es que, además, ni el fascismo italiano ni el nacionalsocialismo alemán quisieron permitir que la razón de ser de sus respectivas identidades histórico-culturales fuesen negadas por una falaz aspiración a un nuevo universalismo, ahora socialista, que no cristiano; no creyeron en la nueva promesa de felicidad universal (en la Tierra, que no en los cielos) que salvaría a los parias y oprimidos (proletarios) de los malvados burgueses (otrora gentiles). Nada nuevo bajo el Sol. Fascistas y nazis fueron los nuevos fariseos que no creyeron en el mesías Marx ni en el advenimiento de una nueva verdad socialista. Italianos y alemanes tomaron del marxismo lo que de bueno y justo hallaron en él, pero salvaguardando, al tiempo, sus respectivas razones de ser (justificaciones históricas de sus respectivas naciones).
Tampoco toca ahora señalar los errores y demás perversiones, cuando no inmoralidades, de las que fueron responsables las ideologías fascistas y nacionalsocialistas. Baste tan solo mencionar, como dato importante, que ambas ideologías, en extremo celosas de sus respectivas verdades, también hallaron en el liberalismo un enemigo común al que combatir.
Nacionalsindicalismo.
El mismo José Antonio jamás tuvo reparo alguno en reconocer las bondades del marxismo; supo de la obligación moral de preservar la dignidad humana y deseaba que al pueblo no se le negase ni el pan ni la justicia.
Algunos estudiosos del nacionalsindicalismo, tras leer "la Revolución del Nacionalsindicalismo" de José Luis Arrese, han apreciado claras influencias de "El Capital", sobre todo en lo concerniente a las preocupaciones falangistas por dignificar la vida de los trabajadores mediante un reparto más justo de las plusvalías:
“...hagamos un sistema (…) no de clases, no de capitalistas ni de proletarios, sino de productores.,[…] en el que el capital sea una fuente de producción, pero no de lucro; en el que patronos, técnicos y obreros sean, en proporción al esfuerzo de cada uno, los únicos copartícipes del beneficio producido, sin odios, sin clases, y habremos hecho la verdadera revolución social”.
Las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalistas) fueron, de hecho, el movimiento que más ideología marxista asimiló y, más tarde, reinterpretó de acuerdo a la necesidad de preservar dos pilares fundamentales negados por el marxismo: el concepto de nación y el catolicismo.
España, así, creaba y articulaba sus propias defensas ideológicas frente a un marxismo que se erigía en paladín del internacionalismo y del ateísmo.
Desde mi humilde punto de vista, la comunión entre FE (Falange Española) y JONS fue un acto contranatura, quizás instado por las difíciles circunstancias del momento y por la necesidad de hacer frente común a las ideologías deconstructivistas (negadoras) del momento, que pretendían transmutar los valores tradicionales por otros: socialistas, comunistas y anarquistas.
José Antonio, líder carismático de FE, siempre se me ha antojado el perfecto caballero-poeta prototipo del ideal romántico; porte aristocrático y noble, leal con sus amigos y capaz de ver a la persona muy por encima de prejuicios ideológicos. Entre las amistades de José Antonio se encontraban personalidades tan dispares como las de Indalecio Prieto (socialista) y García Lorca (poeta).
Mucho se podría debatir sobre la injusticia histórica que, leyes revanchistas de memoria histórica mediante, ha distorsionado la imagen de José Antonio y la de otros muchos falangistas, pero no seré yo quien lo haga. Y no lo haré porque no toca, pero también porque sería como predicar en desiertos yermos de espíritu conocedor. ¿A quién le puede importar que los hermanos Rosales, ilustres falangistas, intentaran por todos los medios salvar la vida de García Lorca? ¿A quién le puede interesar, hoy, saber que muchos intelectuales del falangismo, Arrese entre ellos, disintieran del régimen franquista? ¿A quiénes les importa la verdad tanto como para instarse a leer, estudiar, cuestionar y someter a análisis críticos las verdades impuestas por las realidades sociales de cada momento?
Y, sin embargo, José Antonio también pecó. Y pecó a la manera de socialistas y comunistas; pecó como fascistas y nacionalsocialistas; pecó como muchos intelectuales, a derecha e izquierda, siguen pecando ahora: culpando al liberalismo de todos los males de la humanidad.
Cuando José Antonio pronunció su famoso discurso del acto fundacional de FE, en el teatro de la Comedia de Madrid, no pudo evitar recurrir al mismo argumento falaz que el comunismo heredero de Marx. Y José Antonio perdió su bonhomía al arremeter contra Jacobo, permitiéndose la licencia de criticar a Jean-Jacques Rousseau, precisamente, por considerarle uno de los padres del liberalismo.
Y José Antonio pecó más gravemente que fascistas y nacionalsocialistas, porque él mismo, sin ser consciente de ello, fue un perfecto ejemplo de persona liberal que devino otra cosa por imperativo de graves circunstancias históricas.
lunes, 17 de marzo de 2014
Democracia, ese imposible ideal.
Hemos necesitado una grave crisis para que una importante parte de la ciudadanía despierte de su largo letargo invernal; hemos necesitado perder aquello que creíamos poseer por derecho propio, ese maná que caía del cielo en forma de sempiterno Estado de bienestar, para darnos cuenta de que somos los nuevos esclavos en un sistema donde los actuales señores (contubernio política-Banca) siguen ejerciendo pretéritos derechos de pernada y reclamando ignominiosos diezmos a las sumisas y resignadas masas.
Y ello es debido a que todavía quedan demasiados hombres-masa que se niegan a aceptar su condición de ciudadanos; todavía queda demasiado ganado cebado con pienso adoctrinador que solo muge o bala para reclamar, llorar y pedir su ración de pienso; todavía quedan demasiados individuos incapaces de hacer y de crear, incapaces de sacrificarse y de esforzarse para poder ser.
Es más fácil que sigamos exigiéndoles a nuestros granjeros que llenen de comida nuestros pesebres, mal que sea con sobras o despojos malolientes; sigue siendo más fácil escenificar y dramatizar nuestra ira y nuestras frustraciones a través de manifestaciones y vanos actos de protesta. Preferimos cualquier acto de "lucha" reivindicativa, como llamamos eufemísticamente a las estériles acciones destinadas a alimentar nuestros egos y calmar nuestras conciencias, antes que mejorarnos, primero, a nosotros mismos por tal de devenir auténticos ciudadanos.
Democracia y ciudadanía.
A muchos de los que se les llena la boca con la palabra democracia se les olvida, o simplemente ignoran, que solo una sociedad de ciudadanos libres puede aspirar a ser verdaderamente democrática. A otros, sospechando que, efectivamente, no puede haber democracia sin ciudadanía, no se les ocurre mejor trampa vital (perversión dialéctica) que la de autoproclamarse ciudadanos, así, por las bravas y porque ellos lo valen.
La falacia nominalista, consistente en definir conceptos o establecer calificaciones en base a lo que se desea ser o parecer (deseos irracionales), está muy generalizada entre quienes se autoproclaman ciudadanos tan solo por tal de legitimar sus Derechos, pero ¡ay!, ignorando el cumplimiento de sus deberes y obligaciones.
Todos sabemos que la democracia tuvo su origen en Grecia, en aquella lejana civilización helénica, cuna de Occidente, donde los ciudadanos libres eran dueños de sus destinos. Pero muchos olvidan, o no saben, que la democracia griega no tenía carácter universal: no todos los habitantes de una polis eran considerados ciudadanos, ergo no todos tenían los mismos derechos. Y es que el ciudadano griego, además del derecho a decidir, tenía también la obligación de servir y de ser celoso en la salvaguarda de su patria (polis).
El mismo Rousseau, al que pienso que muchos han leído en vano o, sencillamente, han tergiversado interesadamente, dejó escrito en su "Emilio":
Pero no te retraiga, querido Emilio, tan suave vida de obligaciones penosas, si alguna vez te las imponen: acuérdate de que los romanos abandonaban el arado por la toga consular. Si te llama el príncipe o el Estado al servicio de la patria, déjalo todo para ir a desempeñar, en el puesto que te señalen, el honroso papel de ciudadano."
Rousseau equiparaba la voluntad general con el deseo de buscar el bien común, pues las voluntades particulares solo buscarían bienes particularistas. Así, el filósofo francés creyó, como los romanos, que los auténticos ciudadanos lo eran en tanto estos se sentían obligados a desempeñar determinados deberes y obligaciones. Solo siendo un auténtico ciudadano se podía ser un hombre libre.
Pero a pesar de que en su "Emilio" Rousseau se refiere a Roma, las ideas para la creación de un Estado ideal, con auténticos ciudadanos, las extrajo de Licurgo (legislador espartano).
Licurgo sostenía que había que subordinar todos los intereses privados al bien público, estructurando la vida social sobre un modelo de vida militar; la educación de los jóvenes se encomendaba al Estado y era obligada la sobriedad (estoicismo) en la vida privada.
Al politólogo Pablo Ney Ferreira no le pasó inadvertida semejante contradicción paradójica: ¿Cómo fue posible que un defensor de las libertades individuales e ideólogo de la Revolución Francesa sintiese tanta admiración por el sistema espartano, un sistema denostado por el liberalismo moderno? Ver "Rousseau y el republicanismo antiguo" de Ney Ferreira.
Tampoco a mí, sin pretender pasar por el docto Ferreira, se me pasó por alto otra aparente contradicción en el discurso de Rousseau: ¿Cómo fue posible que un ilustre intelectual que enunciara que "es contrario a las leyes de la naturaleza, como quiera que se definan, que un imbécil guíe a un hombre sabio" acabase delegando tan irresponsablemente el destino de una comunidad, polis o nación, en el dictamen de la voluntad popular?
Libertad individual vs bien común.
El hecho de que Rousseau parezca paradójico o contradictorio se debe, a mi entender, a que las sociedades actuales (ebrias de trasnochadas ideologías del todo "blanco o negro", de "derechas o de izquierdas") todavía no han sabido reconciliar los dos pilares básicos de todo sistema que aspire a ser auténticamente democrático: garantizar las libertades individuales y preservar el bien común.
El verdadero ciudadano tiene que ser auténticamente libre para poder desempeñar su propio proyecto vital, pero no puede eludir la responsabilidad de cumplir con sus deberes y obligaciones hacia la comunidad a la que pertenece.
Sostiene Peter Sloterdijk que las dos grandes ideologías en pugna (verticalidad vs horizontalidad) siguen en su empeño por adoctrinar, es decir, siguen obstinadas en controlar las granjas-escuelas que habrán de proporcionales sucesivas generaciones de ganado sumiso, hombres-masa incapaces de conducirse como responsables ciudadanos.
Solo los auténticos CIUDADANOS (insisto en el término) se comprometerán, no sólo en la defensa de sus derechos sino también en la aceptación de sus deberes y obligaciones.
La verdadera democracia, la auténtica, es aquélla en la que los ciudadanos tienen un papel activo y comprometido para defender las libertades individuales, garantizar la igualdad de oportunidades, la justicia (principios liberales) pero también en la que los mismos ciudadanos preservan el bien común y se sienten responsables de la salvaguarda de una herencia histórico-cultural, espiritual e identitaria común.
Cuando un país carece de ciudadanía responsable, es decir, cuando no existen individuos que sienten apego hacia sus raíces histórico-culturales y/o espirituales; individuos que no sienten la imperiosa necesidad de defender y preservar el legado de sus mayores. En ese país, decía, no puede haber democracia, no auténtica democracia.
¿Cómo ser auténtico ciudadano y lograr una auténtica democracia?
Pablo Ney Ferreira, intentando superar el dualismo aparentemente irreconciliable entre libertad individual y bien común, abogó por un nuevo sistema social que dio en llamar liberal-comunista. ¡Será por etiquetas!
Pero ya antes, en España, el filósofo Ortega y Gasset abogó por la necesidad de superar la hemiplejia moral de ser "de izquierdas o de derechas", proponiendo la creatividad como opción a la imposición de las falsas ilusiones de alternativas propuestas por trasnochadas ideologías. También Falange Española buscó una conciliación entre libertad individual y bien común, pero no pudo evitar pecar de los mismos defectos adoctrinadores que otros suprematismos ideológicos, como el comunismo (queda pendiente un análisis crítico de los 27 puntos).
En mi opinión, en absoluto fatalista sino crudamente realista, es imposible articular un sistema auténticamente democrático en sociedades complejas y con un número importante de habitantes.
No recuerdo si fue Alexis de Tocqueville, aunque el nombre del autor no es relevante para sopesar la veracidad de lo que expondré, quien argumentó que la democracia solo era posible en pequeñas comunidades donde poder vertebrar un sistema de consejos y asambleas que permitieran la participación directa de la ciudadanía. De hecho, sí fue Tocqueville quien nos alertó de los peligros de las democracias convertidas en sistemas que legitimaran despotismos más o menos encubiertos, como el que, sin ir más lejos, practica nuestra inmoral partitocracia.
Y nuestro olvidado filósofo Gonzalo Fernández de la Mora, estigmatizado por ser ministro de Franco, dijo crudas verdades que muchos han aprovechado para denostarlo. Decía de la Mora que en cualquier democracia, por mucho que se autodenominara así por tal de legitimarse ante los ojos de la ciudadanía, siempre era un grupo reducido de hombres (elite oligárquica) quien decidía los destinos de los pueblos. Yo aún digo más: las oligarquías son, además, las creadoras de las voluntades populares, las encargadas, manipulación adoctrinadora y pedagógica mediante, de hacer desear a las masas aquello que la misma oligarquía desea.
Así pues, expuestas las debilidades de un sistema, excesivamente idealizado per se, y comprobado que la ciudadanía no es tal, sino masa sumisa y resignada en su mayoría, no cabe albergar demasiadas esperanzas en la consecución de un sistema auténticamente democrático.
Sin embargo, sí podemos acercarnos a un ideal democrático. De hecho, la vida es una constante lucha o quehacer cotidiano por alcanzar lejanos ideales.
La única manera de hacer más democráticas nuestras sociedades es luchando y trabajando, pero no gritando y vociferando al ritmo de cacerolas y pancartas, sino instándonos a ser mejores nosotros mismos. Cuantos más hombres y mujeres se formen y se obliguen a querer saber y conocer; cuantos más se obliguen a someter a crítica la verdad establecida, más ciudadanos de verdad existirán y cuanto más ciudadanos responsables y auténticos tengamos, más cerca estaremos de poder articular una democracia respetuosa con las libertades individuales, pero también defensora del bien común.
Y ello es debido a que todavía quedan demasiados hombres-masa que se niegan a aceptar su condición de ciudadanos; todavía queda demasiado ganado cebado con pienso adoctrinador que solo muge o bala para reclamar, llorar y pedir su ración de pienso; todavía quedan demasiados individuos incapaces de hacer y de crear, incapaces de sacrificarse y de esforzarse para poder ser.
Es más fácil que sigamos exigiéndoles a nuestros granjeros que llenen de comida nuestros pesebres, mal que sea con sobras o despojos malolientes; sigue siendo más fácil escenificar y dramatizar nuestra ira y nuestras frustraciones a través de manifestaciones y vanos actos de protesta. Preferimos cualquier acto de "lucha" reivindicativa, como llamamos eufemísticamente a las estériles acciones destinadas a alimentar nuestros egos y calmar nuestras conciencias, antes que mejorarnos, primero, a nosotros mismos por tal de devenir auténticos ciudadanos.
Democracia y ciudadanía.
A muchos de los que se les llena la boca con la palabra democracia se les olvida, o simplemente ignoran, que solo una sociedad de ciudadanos libres puede aspirar a ser verdaderamente democrática. A otros, sospechando que, efectivamente, no puede haber democracia sin ciudadanía, no se les ocurre mejor trampa vital (perversión dialéctica) que la de autoproclamarse ciudadanos, así, por las bravas y porque ellos lo valen.
La falacia nominalista, consistente en definir conceptos o establecer calificaciones en base a lo que se desea ser o parecer (deseos irracionales), está muy generalizada entre quienes se autoproclaman ciudadanos tan solo por tal de legitimar sus Derechos, pero ¡ay!, ignorando el cumplimiento de sus deberes y obligaciones.
Todos sabemos que la democracia tuvo su origen en Grecia, en aquella lejana civilización helénica, cuna de Occidente, donde los ciudadanos libres eran dueños de sus destinos. Pero muchos olvidan, o no saben, que la democracia griega no tenía carácter universal: no todos los habitantes de una polis eran considerados ciudadanos, ergo no todos tenían los mismos derechos. Y es que el ciudadano griego, además del derecho a decidir, tenía también la obligación de servir y de ser celoso en la salvaguarda de su patria (polis).
El mismo Rousseau, al que pienso que muchos han leído en vano o, sencillamente, han tergiversado interesadamente, dejó escrito en su "Emilio":
Pero no te retraiga, querido Emilio, tan suave vida de obligaciones penosas, si alguna vez te las imponen: acuérdate de que los romanos abandonaban el arado por la toga consular. Si te llama el príncipe o el Estado al servicio de la patria, déjalo todo para ir a desempeñar, en el puesto que te señalen, el honroso papel de ciudadano."
Rousseau equiparaba la voluntad general con el deseo de buscar el bien común, pues las voluntades particulares solo buscarían bienes particularistas. Así, el filósofo francés creyó, como los romanos, que los auténticos ciudadanos lo eran en tanto estos se sentían obligados a desempeñar determinados deberes y obligaciones. Solo siendo un auténtico ciudadano se podía ser un hombre libre.
Pero a pesar de que en su "Emilio" Rousseau se refiere a Roma, las ideas para la creación de un Estado ideal, con auténticos ciudadanos, las extrajo de Licurgo (legislador espartano).
Licurgo sostenía que había que subordinar todos los intereses privados al bien público, estructurando la vida social sobre un modelo de vida militar; la educación de los jóvenes se encomendaba al Estado y era obligada la sobriedad (estoicismo) en la vida privada.
Al politólogo Pablo Ney Ferreira no le pasó inadvertida semejante contradicción paradójica: ¿Cómo fue posible que un defensor de las libertades individuales e ideólogo de la Revolución Francesa sintiese tanta admiración por el sistema espartano, un sistema denostado por el liberalismo moderno? Ver "Rousseau y el republicanismo antiguo" de Ney Ferreira.
Tampoco a mí, sin pretender pasar por el docto Ferreira, se me pasó por alto otra aparente contradicción en el discurso de Rousseau: ¿Cómo fue posible que un ilustre intelectual que enunciara que "es contrario a las leyes de la naturaleza, como quiera que se definan, que un imbécil guíe a un hombre sabio" acabase delegando tan irresponsablemente el destino de una comunidad, polis o nación, en el dictamen de la voluntad popular?
Libertad individual vs bien común.
El hecho de que Rousseau parezca paradójico o contradictorio se debe, a mi entender, a que las sociedades actuales (ebrias de trasnochadas ideologías del todo "blanco o negro", de "derechas o de izquierdas") todavía no han sabido reconciliar los dos pilares básicos de todo sistema que aspire a ser auténticamente democrático: garantizar las libertades individuales y preservar el bien común.
El verdadero ciudadano tiene que ser auténticamente libre para poder desempeñar su propio proyecto vital, pero no puede eludir la responsabilidad de cumplir con sus deberes y obligaciones hacia la comunidad a la que pertenece.
Sostiene Peter Sloterdijk que las dos grandes ideologías en pugna (verticalidad vs horizontalidad) siguen en su empeño por adoctrinar, es decir, siguen obstinadas en controlar las granjas-escuelas que habrán de proporcionales sucesivas generaciones de ganado sumiso, hombres-masa incapaces de conducirse como responsables ciudadanos.
Solo los auténticos CIUDADANOS (insisto en el término) se comprometerán, no sólo en la defensa de sus derechos sino también en la aceptación de sus deberes y obligaciones.
La verdadera democracia, la auténtica, es aquélla en la que los ciudadanos tienen un papel activo y comprometido para defender las libertades individuales, garantizar la igualdad de oportunidades, la justicia (principios liberales) pero también en la que los mismos ciudadanos preservan el bien común y se sienten responsables de la salvaguarda de una herencia histórico-cultural, espiritual e identitaria común.
Cuando un país carece de ciudadanía responsable, es decir, cuando no existen individuos que sienten apego hacia sus raíces histórico-culturales y/o espirituales; individuos que no sienten la imperiosa necesidad de defender y preservar el legado de sus mayores. En ese país, decía, no puede haber democracia, no auténtica democracia.
¿Cómo ser auténtico ciudadano y lograr una auténtica democracia?
Pablo Ney Ferreira, intentando superar el dualismo aparentemente irreconciliable entre libertad individual y bien común, abogó por un nuevo sistema social que dio en llamar liberal-comunista. ¡Será por etiquetas!
Pero ya antes, en España, el filósofo Ortega y Gasset abogó por la necesidad de superar la hemiplejia moral de ser "de izquierdas o de derechas", proponiendo la creatividad como opción a la imposición de las falsas ilusiones de alternativas propuestas por trasnochadas ideologías. También Falange Española buscó una conciliación entre libertad individual y bien común, pero no pudo evitar pecar de los mismos defectos adoctrinadores que otros suprematismos ideológicos, como el comunismo (queda pendiente un análisis crítico de los 27 puntos).
En mi opinión, en absoluto fatalista sino crudamente realista, es imposible articular un sistema auténticamente democrático en sociedades complejas y con un número importante de habitantes.
No recuerdo si fue Alexis de Tocqueville, aunque el nombre del autor no es relevante para sopesar la veracidad de lo que expondré, quien argumentó que la democracia solo era posible en pequeñas comunidades donde poder vertebrar un sistema de consejos y asambleas que permitieran la participación directa de la ciudadanía. De hecho, sí fue Tocqueville quien nos alertó de los peligros de las democracias convertidas en sistemas que legitimaran despotismos más o menos encubiertos, como el que, sin ir más lejos, practica nuestra inmoral partitocracia.
Y nuestro olvidado filósofo Gonzalo Fernández de la Mora, estigmatizado por ser ministro de Franco, dijo crudas verdades que muchos han aprovechado para denostarlo. Decía de la Mora que en cualquier democracia, por mucho que se autodenominara así por tal de legitimarse ante los ojos de la ciudadanía, siempre era un grupo reducido de hombres (elite oligárquica) quien decidía los destinos de los pueblos. Yo aún digo más: las oligarquías son, además, las creadoras de las voluntades populares, las encargadas, manipulación adoctrinadora y pedagógica mediante, de hacer desear a las masas aquello que la misma oligarquía desea.
Así pues, expuestas las debilidades de un sistema, excesivamente idealizado per se, y comprobado que la ciudadanía no es tal, sino masa sumisa y resignada en su mayoría, no cabe albergar demasiadas esperanzas en la consecución de un sistema auténticamente democrático.
Sin embargo, sí podemos acercarnos a un ideal democrático. De hecho, la vida es una constante lucha o quehacer cotidiano por alcanzar lejanos ideales.
La única manera de hacer más democráticas nuestras sociedades es luchando y trabajando, pero no gritando y vociferando al ritmo de cacerolas y pancartas, sino instándonos a ser mejores nosotros mismos. Cuantos más hombres y mujeres se formen y se obliguen a querer saber y conocer; cuantos más se obliguen a someter a crítica la verdad establecida, más ciudadanos de verdad existirán y cuanto más ciudadanos responsables y auténticos tengamos, más cerca estaremos de poder articular una democracia respetuosa con las libertades individuales, pero también defensora del bien común.
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